jueves, 2 de agosto de 2007

Transferencias de vida.


La siguiente es una historia verdadera.

Pasó todo el día encerrado en casa. Apenas asomó por la ventana cuando llamaron su atención los gritos de una pandilla que goleaba tres por cero sobre la pared descarapelada de su edificio.

El departamento de 80 metros cuadrados, encerraba su angustia y marchitaba sus recuerdos, que a los 29 años; eran muchos para un joven que se estaba volviendo veterano frente al espejo del fútbol. Recorrió la zona de la habitación cien veces, subió por la banda del pasillo otras más y entro de frente al cuarto de su afición. Donde analizaba el partido de la vida.

Miró el México – Argentina en silencio, no sabía si disfrutarlo o sufrirlo.
Había sido parte de todo esto, pero al mismo tiempo el sentimiento marcaba su distancia con una barrera que parecía infranqueable.

La soledad de su domingo era acompañada de vez en cuando por el grito de algún vecino que daba indicaciones a Oswaldo, Morales y Pardo. La cocina era una isla desierta y la despensa solo almacenaba aire, así que mató el hambre devorando balones toda la tarde. En versiones de cable, prensa e internet, se empachó de resultados. Rumores, noticias, ligas, figuras, torneos y campeonatos. Solo así recuperaba la respiración y lograba sentirse ciudadano del mundo del fútbol.

La luz de la televisión pintaba de azul su cara profunda y seria. Mientras la melancolía lesionaba su mirada y la desesperación amagaba su sonrisa. Recostado en el sillón, confundía su silueta entre periódicos y encabezados de la Selección y la tropa heroica del Guadalajara. La magnitud de los acontecimientos le empujaba a jugar en un equipo con el uniforme de color olvido y un escudo de dolor.

Para él, la semana no terminaba aquí, apenas empezaba y sería una verdadera eliminatoria. Gambeteó la idea cien veces, el miedo le achicaba la zona y el pánico le hacía pressing al futuro. No pudo dormir nada, la cabeza rebotaba contra los postes de la cabecera y solo el ritmo de las primeras lluvias le ayudaron a regresar la mente al junio de su debut. Se durmió conciliando el sueño perdido en el campo del estadio; hacía once años que empeñó su vida al mismo club.

A la mañana siguiente desayunó solo un café; negro como su lunes y amargo como su pesar. Salió con el estómago hecho nudo, los nervios apretaban bien la marca. La sensación era parecida a la del penalti. Aquel que anotó en liguilla cuando el equipo parecía perdido y su cañón los recató. Sintió nuevamente los abrazos del directivo al que salvo el pellejo en solo once pasos.

Tomó carretera rumbo a Pachuca. Pagó el peaje de la caseta con la morralla que llevaba anidada en la miseria de su pantalón. Estacionó el modelo ´98 a unas cuadras de la sede del “draft” y al bajarse del coche, esperó que alguien le reconociera. No tuvo suerte. Ni siquiera recordaba el último autógrafo que firmó. Una vez más, tuvo que reprimir al ego, que llevaba varias temporadas en huelga de hambre. De entre tanta gente, apenas descubrió su figura el bolero del hotel, para preguntarle en qué equipo jugaba. Ocultando la respuesta tras unas gafas oscuras pasadas de moda.

Subió al elevador que le llevaría a su destino, pensando si debía oprimir el botón del sótano, el del “penthosuse”, pero se decidió por el de alarma. Caminó por el hotel haciendo “loby”, fingiendo entusiasmo y arrugando el mentón para engañar su preocupación con una sonrisa vana. Entró al salón de “transferencias” donde se negocia con las “vidas” de los futbolistas. Escondiendo su rodilla destrozada, disimuló el andar de su lesión, haciendo un esfuerzo para no arrastrar la pierna que lastimaría la redacción de un posible contrato.

Pasó la tarde entera encontrando un rincón para sus ganas…
Buscando algún álbum con su estampa…
Pidiendo una oportunidad para su vida…
Obligando a sus ojos y rodilla, a fingir entereza y fortaleza…

Jugar ya sería un lujo. Sobrevivir era lo que necesitaba. El régimen de transferencias cerraba su primer día de operaciones, la esperanza y la ilusión dependían de un piadoso ex compañero convertido en promotor, directivo, auxiliar o entrenador.
Ahora solo le quedaba tiempo y vida para regresar al departamento de 80 metros y esperar el juego de México vs Alemania y de Chivas vs Paranaense para volver a habitar sus recuerdos y vivir su mundo en el que solo existe cuando juega al fútbol.
Aún no sabemos cómo termina la historia de este hombre que se disfrazó de futbolista tan solo por unos años. En el deporte, hay tantos jugadores como vidas y tantas vidas como hombres. Todo depende desde que tribuna miremos el partido.

Y ahora, ¿qué le digo al abuelo?


El triunfo reconoce banderas y nacionalidades. Los títulos tienen muchos padres y las victorias muchas madres. Solo la derrota es huérfana y bastarda. El hígado, el riñón y el páncreas, no distinguen jugadores ni países. Su función es la misma aunque el dueño juegue para Italia, México o Brasil. Ninguna liga profesional y sus órganos están exentos del azote. Bajo su manto pernocta la ignorancia, se cobija el miedo y se anida la muerte disfrazada de interés. El dopaje se adjudica cualquier duda. Liquidando el sentido lúdico del deporte al canjearlo por un erróneo sentido competitivo.

Arrinconado por el euro y perseguido por el dólar.
Sometido por el resultado y subastado por el mundo.
Señalado por la antena y oprimido por el control remoto.
Valorado por el mercado y regenteado por un organismo disfuncional que devora hombres disfrazados de falsos héroes; el futbolista es obligado a jugar peleando.

Contra los rivales y peor aún; contra si mismo. Hoy gana el que más aguanta y el que más juega no es el que más la toca.Todo empezó cuando creyeron que el tríceps y el bíceps fortalecían la alineación. Pensaron que el químico era más técnico que el físico. Y el músculo más productivo que una gambeta. Entonces el análisis futbolístico se mudó al laboratorio. El microscopio se volvió buscador de talentos y la probeta campo de entrenamiento. Decidieron que era mejor futbolista el atleta súper dotado, que el morenito hambriento y patizambo. Y ahora cómo le explico al abuelo que Garrincha ya no funciona para jugar al fútbol…

La cascarita y el llano perdieron sustancia para encerrarla cruelmente en un frasco con la etiqueta invertida de su moral. Y el viejo fútbol confundido por una escala de valores ajena a su origen, se debate entre el gusto por jugar y el gusto por ganar. En donde más gana el que más tiene y no el que más gusta.

La persecución se transformó en estrategia y la fuerza en jugada favorita. Ya no hay artistas de uniforme cuya debilidad era la gracia y magia envuelta en cuero. Ahora solo quedan los más fuertes de osamenta y tendón, como único recurso para patear un balón.

Al tiempo terminaremos la narración con una brutal jugada en la que
norandrosterona ataca por la banda, manda un centro para eritropoyetina y nandrolona remata. No hay cosa más triste que un triunfo bajo sospecha o un grito de gol ahogado en una duda. El mayor complemento alimenticio del futbolista esta en su alma y la mejor inyección debería ser la emoción y el canto de una afición.

Cada vez hay más lesiones porque cada vez hay más tratamientos y cada vez más partidos de fútbol y mayores patrocinios y mejores sueldos. Di´Stéfano a quien no le hizo falta jugar mil copas para ganar más de cinco. Contaba que se curaba una lesión con jabón y agua tibia y un esparadrapo bañado en vinagre, escuchando la final del ‘58 en su vieja radio de galena.

El fútbol mundial convive con el afán de lucro y riqueza desmedida. Ayer era el pago por evento el que sometía nuestra afición. Hoy es el dopaje el que lastima nuestra ilusión.

Los científicos disuelven problemas pero crean algunos más. Su ejecución siempre advierte represalias cuando se utiliza en sentido contrario al de su genio. Pero el fútbol no es ninguna ciencia.

La verdad es un activo del ser humano y como tal, fundamento básico del deporte y el deportista. México, sus ligas y sus profesionales, no son artículos excluyentes de este gravamen por el hecho de no cotizar en las grandes bolsas de valores del fútbol internacional. En donde el asesino escondido en solución, inyección o complemento, ya cobró algunas vidas a las que se les pagaba por jugar.

La conclusión siempre matiza las charlas y divide generaciones. ¿Qué fútbol era mejor el de antes o el de ahora?. Mi afición sigue manipulando la razón, aunque cada vez creo más en los viejos de sus días. Pero en esa polémica con argumentos históricos y métodos tecnológicos durante la discusión, me ha surgido una terrible vicisitud: Y ahora que le digo al abuelo, cuando me pregunte quién es “doping”; ese jugador tan famoso del que tanto se habla y se comenta en nuestros días…

Gracias viejo.


El infartó lastimó su corazón en plena Nochebuena, secuestrando su bravura en el rincón de un hospital. Donde, entre sueños, dicen que hablaba un poco. Conectado a la máquina que le resuelve los minutos y nos detiene al mito en esta vida, rumiaba uno de mil recuerdos. Entre las palabras se le escapó un gol, frente a Sara, la mujer de toda la vida que sentada en el sofá de terapia intensiva, acaricia con su eterna compañía, la leyenda del hombre antes que la del jugador…

Era 1933 cuando el pibito de 7 años alineó su genio por primera vez en un equipo de fútbol llamado “Once y Venceremos”. Aquel día, el pequeño Alfredo marcó tres goles entre risas y lodo. Detrás de un árbol, escondido en el barrio de Barracas, el padre se acercó a mirarle de incógnito. Convencido de su permiso, con la boina calada y la nariz descarada, atinó a decir con ronca autoridad: “Mi hijo será el mejor jugador del mundo” Y esa fue la verdad…

Para quienes nunca le vimos jugar, la enorme figura del Alfredo Distefano habita en el respeto y la sabiduría de nuestros mayores en blanco y negro. Piedra angular de una intensa disputa generacional por elegir al mejor futbolista de la historia junto a Pelé y Maradona. Su existencia se volvió vínculo cariñoso entre nietos y abuelos. Fomentando la imaginación en quienes de acuerdo a nuestra época, nos acostumbramos cómodamente al jugador de Technicolor y control remoto.
Sin embargo, a Don Alfredo le he visto jugar más veces que a cualquiera, porque suelo pasar más tiempo soñando, que viendo televisión. Más de una vez me fui a dormir con las palabras del abuelo y su relato emocionado de un gol rematado en forma de escorpión. Repasando en la memoria de mis ídolos que acumulan archivos desde el ‘78, aún no he visto a nadie jugar como él solía hacerlo, durante el recuerdo de mis viejos.

Reflexionando acerca de su obra, concluyo que jamás hubo un futbolista tan grande como Alfedo Distéfano. Porque los tiempos nos obligan a ser testigos fijos del juego en directo. Aniquilando la ilusión y permutando el sueño del partido mágico, que solo puede jugarse en el terreno de la fantasía. Aquellos en los que un hombre se quita tres rivales con la camisa al viento y define el campeonato con el estadio de cabeza al minuto noventa. Persiguiéndole, los compañeros intentan abrazarle un pedazo de su gloria siempre solidaria y compartida; y hasta los contrarios agradecen haber sido elementos de este paraíso. Me quedo con Distéfano como el mejor de todos los tiempos, porque vive en mi cabeza.

Su era, escapó del videotape y los satélites. Otorgando su trascendencia al cuento de sus contemporáneos. Que narraban orgullosos sus hazañas, transmitiendo las mejores jugadas de Alfredo Distéfano desde una charla de café. Sin cables, ni señales, ni ondas electromagnéticas, el humo del puro formaba su anatomía que se movía con cuerpo de futbolista. Mientras las manos del antiguo interlocutor, ásperas de muelle y manchadas de sol, redactaban poemas y alegorías en el aire, dentro del espacio de su historia. Ante la mirada tierna de una generación huérfana de líderes.

Me contaba el abuelo que Distefano era dos en uno. Capaz de resolver una jugada comprometida en la línea de gol propia y segundos mas tarde, convertir la desgracia en histórica gracia favorable. Jugador total y futbolista monumental. Detrás del medio campo era el custodio más bravo de la pelota. Pero al cruzar la línea que separa a los hombres de los dioses, se desdoblaba en mago y hechicero. Poniendo de pié al Bernabeu que se desgajaba en rito y aplauso. Mientras Distéfano encaja la finta, la gambeta, el hueso y el músculo en apasionada entrega a la pelota; a quien siempre llamó: “vieja”. Por ella, la incalculable socia de su grandeza, levantó un pedestal en el patio de su casa y en la dureza del mármol de Carrara, grabó con la suavidad de una jugada al borde de su sincera redondez, la frase: “Gracias Vieja” , escrita con la pluma de su humildad.

Para definir su grandeza, diremos que el día que muera, será como ver morir el escudo del Real Madrid. Con quien ganó ocho ligas y cinco títulos de Europa consecutivos. El club de Fútbol más grande sobre la tierra, vestirá de negro una temporada entera, en señal de luto por su origen. Porque él, hizo del blanco vida. Y del fútbol; blanca pureza inmaculada.
Son las once con treinta minutos en el hospital La Fe de Valencia. Un proceso febril aplaza la operación del genio. A quien un by pass puede amagarle el epitafio. La voz llega ronca desde la cama con sábanas blancas, no podían ser de otro color.
Ha pedido un vaso de agua y bromeado con un colega de banda. Pregunta por Puskas y dice que ha visto a Kubala entre sueños. Aún mantiene el ritmo del partido pese a la falta que le lesiona. Vuelve a tomar la pelota y ataca, después de haber defendido en terreno propio toda la noche. Sigue jugando, consciente de su fortaleza y humilde en su debilidad. Sin la ostentación del superhéroe, remata el electrocardiograma que vigila el mito de su corazón. Marcado por un tanque de oxígeno, respira por su historia y aún así, contagia animo. En tiempos donde el fútbol y la vida se parecen tanto, se nos escabulle la estampa humana de Don Alfredo Distéfano. Futbolista moral y héroe legendario.
Comprometido con el honor y los valores propios del caballero, que hacen del fútbol un evento tan humano y noble. Junto a él, se nos puede escapar gran parte de la vida. Porque ahora ya no está tampoco el abuelo, que nos alimentaba su leyenda. Don Alfredo, si decide usted marcharse, dele un fuerte abrazo a mi abuelo. Es gracias a él, que le conozco y quiero. Y ahora gracias a usted, también lo extraño tanto.

Pague por soñar.


Semana mayor en pleno verano. Martes de guardar y jueves de reconciliar.
Buenos Aires y Hannover, encomienda para Chivas y plegaria por la Selección.
Veintidós futbolistas en coyuntura inmejorable para que México gane dos veces en solo tres días. Separados por la distancia pero adheridos a la misma religión, los fanáticos aguardamos impacientes la fecha y hora de cada partido.
La señal viaja miles de kilómetros y nos atrapa en el salón de la casa. Donde el sillón se volvía platea y la televisión nuestro estadio particular.
La evolución mediática se apoderó del fútbol y lo convirtió en millonario. Blindada por el pago de derechos. Subastada en dólares y euros; nuestra afición es adquirida por el desarrollo. La compra-venta nos permite acercarnos a la cancha como nunca para ver el partido desde ángulos inimaginables. Mirar un partido por televisión se ha vuelto un ejercicio íntimo entre fanático y jugador. Siendo los vestidores el único rincón del campo al que aún no tenemos acceso desde nuestro control remoto.

Pero el costo-oportunidad ha sido muy alto. Tanto acercamiento ha marcado una distancia considerable entre el origen del fútbol y su futuro inmediato. El aficionado cada vez está más lejos del balón y los colores de sus amores. Esta semana, millones de mexicanos devotos de la Selección y del Guadalajara no podrán gritar en vivo los goles de su equipo. Alterando así el silencio de su vecindad, el sistema nervioso de su barrio o el corazón de su colonia.

Los hombres licitaron la pasión, sometiéndola al “Pago por evento”.
Como en todos los órdenes de la vida el progreso también aniquila, cuando perdemos la memoria. ¿Todo tiempo pasado fue mejor?... es un juicio que depende de nuestros recuerdos.

En operación geográfica y comercial, se inventó la Copa Confederaciones como breve ensayo de Mundial. Pero había una vez, un espectacular campeonato que algunas generaciones guardamos con mucho cariño en los expedientes secretos de nuestra afición. Trápaga quien lo cubrió, me corregirá. Uruguay fue la sede de un “Mundialito” al que asistían con toda su solera los campeones del mundo. La Celeste recibió a Brasil, Argentina, Italia, Alemania y Holanda que suplía con dos subcampeonatos mundiales a la Inglaterra campeona del ´66. Quien declinó la exclusiva invitación, mitad por inglesa y mitad por Las Malvinas.

Era diciembre de 1980, faltaba año y medio para el Mundial de España. Las vacaciones de invierno eran más cálidas en Veracruz que en el D.F. y hasta allá íbamos seis horas por carretera dirección Xalapa y Perote a pasar fin de año con los abuelos por parte de mamá. La Fragua #450. Col Centro; era una casa que hoy debe cumplir 125 años si la polilla se lo permite. Por las mañanas; la pandilla de primos y amigos jugábamos al fútbol en la playa de Mocambo. Sintiéndonos Fillol, Tardelli, Sócrates, Rumenigge o Bruno Conti. Y al atardecer del Golfo, volvíamos a casa con la ilusión de ver en televisión a nuestros héroes jugando el “Mundialito” y devorar 50 sándwiches con 6 litros de Choco-Milk.

Para mí a los seis años, la fantasía era mayor. Porque además de todo escuchaba los goles narrados por papá. Que se fue muy lejos justo en Navidad.
Un septuagenario aparato adornaba la sala roja. Ubicada en medio de una selva tropical a la que mi abuela llamaba “jardín”. El televisor era un “Philco” de bulbos que tenía mas pinta de mueble que de televisión y el recinto un ecosistema tropical en donde los mosquitos eran tan grandes que entraban por las ventanas ladrando.

La operación mediática que sufríamos todas las tardes para poder ver los juegos, fue una ciencia digna del ingeniero más experimentado en telecomunicaciones.
Las transmisiones nos llegaban en blanco y negro. Por lo que años después me enteré del porque a la Selección Italiana le decían “Azurri”. Hasta entonces yo la había visto siempre con uniforme gris oxford.

Mi primo Pepe (el mayor) ejercía de satélite. Estoico y valiente, permanecía los noventa minutos sacrificando su afición en la azotea. Deteniendo la antena que vapuleaban las ráfagas del viento norte que en invierno azotan al puerto. Desde el salón, el resto gritábamos: ¡¡derecha, derecha!!… ¡¡izquierda, izquierda!! Y así ajustábamos la señal que se originaba en el Centenario de Montevideo. Cuando gritamos el gol de Júnior a Scumacher, o el de Maradona a Carlos; el pobre de mi primo Pepe estiró el cuello por la escalera para ver la repetición y entonces nos la perdimos. Uruguay salió campeón invicto con Victorino de goleador. Alemania terminó último lugar y los italianos enfilaron rumbo al título en España ‘82, quitándose a Brasil y a Zico de encima. En ese viejo televisor, muchos de nosotros descubrimos nuestra verdadera afición por este deporte y la vocación por la comunicación.

Veinticinco años después, llegó el progreso y nos arrebató el recuerdo.
El Philco de bulbos en blanco y negro es una pieza de “Art Nouveau”. Mi primo Pepe juega con su hijo Alvaro, que desde los cinco años da órdenes al Ronaldo y al Zidane que tiene encerrados en una caja a la que llama “Play Station”. Y yo. Y usted. Como muchos mexicanos, aguardamos con tristeza, resignación y algo de nostalgia, el día en que los responsables recuerden que lo más grande que tiene este deporte es la nobleza de su afición. La pasión se ha licitado, el sueño fue subastado y el fútbol empeñado. Volviendo de plástico al antiguo y humilde balón de cuero.
Quizá en economías desarrolladas como las europeas, entendamos al pago por evento como un recurso alternativo de los clubes y las ligas.
Pero en América Latina, el fútbol sigue siendo patrimonio de los pueblos.
Esos pueblos en cuyas calles crecieron Ronaldinho, Crespo y Rafa Márquez.
Esos pueblos que invierten parte de su salario en apoyar un equipo durante largas temporadas, a cambio de tan poco.

Pagaría por un viejo televisor “Philco” de bulbos a blanco y negro. Pero en honor a uno de los mejores recuerdos de mi infancia, me niego a pagar por ver un partido de fútbol en la televisión de mi casa. Hay dos elementos que suelen crecer justo en el partido grande y durante el torneo importante: “Hoy la ambición le apagó la televisión a la afición”. A pesar de todo, aún queda nobleza para gritar con fuerza: ¡Que vivan las Chivas Rayadas del Guadalajara y que gane la Selección!.

Milagros inesperados.


Poco tiempo ha quedado para detenernos a observarlo. Pero así suceden los milagros, sin que nos demos cuenta. Los súper héroes tienen prohibido morir. En todo caso; cuando lo hacen, reencarnan en leyenda y cuento. Viviendo para siempre en los recuerdos que habitan en nosotros los mortales. La taquicardia se detuvo. La pasión entró en remanso y tenemos tiempo para buscar una buena historia. La de un súper héroe que estaba perdiendo su inmortalidad.

Como hace 19 años y por casualidad, estas fechas también han tenido mucho Maradona. Tanto como para recordarlo en vida, cuando todos creíamos que le acompañábamos silenciosos y lejanos a su muerte lenta. Explicar con palabras lo que nuestros ojos podían ver cuando jugaba, es tan complicado como entender su recuperación. Mucho Diez. Mucho Diego. Eso es lo que necesitamos todos para volver a creer que existe la magia, la fe y por lo tanto los milagros.

Antiguamente, para ser tiffosi del Napoli debían acreditarse dos requisitos: nacer a orillas del Tirreno o tener una abuela napolitana. Los que no cumplíamos con ninguno, ignorábamos donde quedaba Nápoles hasta que él llegó. Yo también me hice fanático del Napoli por Maradona.

Jamás una ciudad pequeña había perdido tan radicalmente el anonimato en la poderosa comunidad económica. Nápoles parecía ser el único rincón de Europa capaz de convivir con Maradona. La Barcelona caprichosamente mediterránea lo intentó con toda su estirpe pero falló. Con esa actitud tan catalana, demostró que en la misma ciudad convivían el genio de Gaudí, Picasso, Miró y Dalí. Pero no podía levantarse un monumento más grande que La Sagrada Familia, El Barrio Gótico o Las Ramblas, ni tan genial como Maradona. Diego no cupo en aquella metrópoli llena de cultura, erudición, instrucción, ilustración, sabiduría y perfección. Acostumbrada a ser el centro de todo por sí misma. Había que buscarle un lugar americanamente tercermundista en Europa y ponerlo en el mapa de inmediato. Para que Maradona lo volviera el centro de algo, en este caso el centro del fútbol. Casi nada.

Desde la visión histórica esto puede ser tomado como una aberración, pero desde la tribuna del aficionado significa una anecdótica conclusión. Las ciudades terminan pareciéndose a sus jugadores cuando se trata de figuras. Así se pareció Madrid a Di’Stéfano, siempre señorial y elegante. Milán a Gullit, Rickjard y Van Basten, poderosa y vanguardista. Barcelona a Johan Cruyff, caprichosa, rebelde y genial.
Así era Nápoles, inmensamente “maradoniana” con todas sus virtudes y defectos. Enigmática, mística, pasional, explosiva, mágica y humilde.

La memoria tiene olfato y en julio huele a humedad. Diecinueve años después; no solo lo recuerdo. También puedo olerlo. Tomado de la mano de mi padre, caminaba por un túnel húmedo y oscuro. Entre aquellas paredes grises de concreto, alcanzaba a colarse por el fondo un feroz rugido que cimbraba los cimientos del estadio. Parecía la voz de un fantasma indómito y gigantesco que clamaba en pena, exigiendo que aquel hombre le entregara su alma para siempre: Dieeegggooo¡¡¡ Dieeegggooo¡¡¡

No podía ver nada, librando charcos de agua formados por incansables goteras silenciosas. Hijas de las torrenciales lluvias que caían pertinaces todas las tardes en aquel verano del ’86. Escurriendo por los techos enmohecidos del Azteca.

Oye como gritan, quieren verlo, –decía mi padre-.
Seguimos caminando, el estruendo era cada vez más fuerte Dieeeeeeeeeegooooooooo¡¡¡
Dieeeeeeeeeeeegooooooooo¡¡¡ algo iba a suceder en aquel lugar de un momento a otro.
Al final del largo túnel, una luz cálida de atardecer nublado asomaba tímida por una puerta, severamente custodiada por dos robustos guardias y un perro. Mi padre se detuvo unos metros antes. Se recargó a un costado, cuidó no mojarse, me miró y me dijo: -falta poco; pon mucha atención-.

Todos mis sentidos estaban amarrados al final del camino de donde provenían las voces.
Nunca unas bisagras oxidadas habían rechinado tan dulcemente. La puerta color metal se abrió despacio. El perro ladró feroz. Mi padre apretó muy fuerte la mano. El perro calló. Como si olfateara la investidura de aquel personaje. Y entonces apareció ante mis ojos la pequeña silueta de un hombre que llevaba un balón bajo el brazo.
Asintió con la cabeza a uno de los guardias que terminó de abrirle la puerta. Se agachó y amarró sus agujetas mientras el balón permanecía quieto a su lado. Se incorporó. Le dio un pequeño toque y el balón empezó a seguirlo hasta un pequeño altar con una Virgen.
El chasquido de los tacos de sus botas en el suelo de concreto era mágico. Se escuchaba el eco de una gotera que hacía más grande uno de los charcos, iba solo, completamente solo. Tomó el balón entre sus manos, se persignó, cerró los ojos y dio media vuelta.

Para entonces solo aquella Virgen sabía lo que iba a suceder horas mas tarde. Era como si Maradona le hubiera pedido permiso para volverse inmortal. Al mismo tiempo que pedía perdón por lo que había hecho con los ingleses.

El ritual había terminado. Maradona regresó caminando junto al balón que le seguía fielmente. Llegó hasta la puerta del vestuario donde le aguardaban 10 afanosos lugartenientes vestidos a rayas celestes y blancas. Era la Selección Argentina de Fútbol, lista para escoltarle hasta el umbral de aquel túnel. Al cruzarlo, Diego Armando Maradona dejaría la tierra para siempre. Se volvería patrimonio de nuestra memoria y por lo tanto, inmortal.

Al pasar junto a nosotros que presenciamos inmóviles la historia, guiñó el ojo derecho. De manera cómplice y sugestiva, queriendo agradecer nuestro respeto. Fue la única vez que vi a Maradona en persona. Y siempre pensé que sería la última. Pero los aeropuertos guardan extrañas coincidencias y en la espera de una sala volví a encontrarlo. Tan Maradona como siempre. Tan humano e imperfecto como cualquiera. Tan inolvidable. Tan inmortal. Me acerqué hasta donde pude, quería preguntarle y platicarle tanto. Inofensivo e insignificante solo alcancé a decirle “gracias”. Guiñó el ojo derecho, cómo si su vida volviera a empezar.
Diecinueve años después, entiendo el significado de aquella tarde en el túnel húmedo y oscuro del Azteca. El fútbol suele ser un buen refugio, sobre todo para los milagros.

El fantasma de Maracaná.


Puede usted creerme o no. Pero los estadios están llenos de fantasmas, me consta. Detrás de sus muros y entre sus túneles, se esconden leyendas de futbolistas y aficionados. Que en aquellos rincones encontraron muerte o alegría. Al morir y con el alma en pena; algunos regresan al lugar en vida donde fueron más felices. Pero los otros, están condenados a vivir ahí para siempre; justo en el rincón de su desgracia.
La historia que vamos a relatar es auténtica, poco tiene de ficción y mucho de nostalgia. Porque finalmente los espíritus son eso, melancolía ambulatoria. Algo había escuchado, pero no tenía certeza del hecho, ni tampoco quería averiguarlo. Resultaba escalofriante incluso imaginarlo.
Hace año y medio durante alguna larga espera de aeropuerto, me animé a preguntarle a un periodista brasileño si "La Leyenda de Barbosa" era cierta o solo mera superstición. Con los ojos desorbitados y el semblante desencajado, el periodista asumió absoluto anonimato y me hizo prometerle que jamás revelaría su nombre por razones de seguridad.
La Confederación Brasileña de Fútbol prohibió en forma rotunda, difundir, investigar o relatar, cualquier cosa que tuviera que ver con el fantasma que habita en el Maracaná. Incluso existió el inexplicable rumor, de un grupo de reporteros que entraron al túnel de jardinería del monstruoso estadio y jamás salieron.
Durante casi 3 horas de relato el periodista me confesaba nervioso, que directivos de la Confederación Brasileña escondían entre su archivo muerto, el video confiscado de un aficionado que logró captar la figura del fantasma de Maracaná, cuando jaloneaba la camiseta de un delantero uruguayo que enfilaba solo rumbo al marco de Brasil durante un partido eliminatorio del Mundial. Enzo Francescoli también uruguayo, declaró una tarde al salir de los vestuarios del estadio, que pasaban cosas muy raras en Maracaná cada vez que los charrúas visitaban el santuario: en el medio campo corre un viento frío y las luces del vestuario se apagan solas. Los jugadores de la celeste caen al suelo sin que nadie los toque. El balón desvía su trayectoria increíblemente en los tiros libres y en la banca se oyen gritos. Los uruguayos juran que el Maracaná está encantado. La última vez que Uruguay venció a Brasil en aquel lugar, fue hace más de cincuenta años, el día del "Maracanazo", la tragedia más grande en la historia del fútbol brasileño.

Sucedió una tarde de julio en 1950. Brasil virtual campeón de su propio campeonato, salió al campo con la Copa Jules Rimet bajo el brazo. Tan solo un empate frente a Uruguay, bastaba al antiguo "Scratch du’oro" para ganar su primer título mundial. El estadio más grande del mundo se apoderó de las almas y gargantas de casi doscientas mil personas en sus tribunas para ver la final de la Copa del Mundo del ‘50. El gigante brasileño rugía tan fuerte, que su voz podía escucharse hasta Montevideo. La Selección Uruguaya de fútbol arrinconada en su vestidor, debatía minutos antes del partido la decisión de salir al campo a jugar la final o entregar el partido a Brasil por default.

Pero Obdulio Varela, capitán y antiguo cacique de garra junto con los delanteros Gighia, Schiaffino y el portero Roque Máspoli sacaron a sus compañeros de la oscuridad y la humedad del túnel poniente encaminándolos al campo santo brasileño. El partido arrancó con Brasil cantando y bailando sobre el área rival. Milagrosamente antes de la primera hora de juego, apenas Friaca había marcado el uno a cero. Pero la verdad es que debieron ser por lo menos cuatro. Aquel estadio era la bestia más grande que el mundo del fútbol haya conocido jamás, imposible salir vivo de ahí. La humedad nublaba la vista, el ruido no dejaba escuchar nada, sus ojos perseguían la pelota por todo el campo y su medio millón de manos acariciaban un título que jamás les perteneció.
Con Brasil metido en la portería brasileña, Obdulio el negro jefe destruyo una pelota que cayó en los pies veloces de Schiaffino y ante el monstruo de doscientas mil cabezas empató el partido al minuto ‘66. A partir de ese momento el terror se apoderó de Río. La gente enmudeció, Maracaná empezaba a convertirse en el velorio más grande del mundo. La tragedia se consumó a once minutos del final con la Jules Rimet vestida de verde y amarillo. Schiaffino escapó por el centro y soltó la pelota para Alcides Gighia que iba empeñando almas por la banda derecha. Gighia entró al área y miró fijamente a los ojos de Barbosa. El portero brasileño que vestía un sueter de estambre negro, levantó las manos intimidando al extremo uruguayo y achicó el ángulo a primer palo. En ese momento Gighia, que era el hombre más solitario del campo debía decidirse entre centrar la pelota o definir con fuerza entre el poste y el portero.
Barbosa, Jules Rimet y doscientas mil personas, sabían que Alcides no tendría opción. Tiraría el centro para Schiaffino que estaba marcado por 3 brasileños, de otra forma sería imposible marcar. Pero Barbosa el portero de Brasil en el ’50, dio un paso al frente para cortar el supuesto centro antes de tiempo y dejó abierto el primer palo. En menos de un segundo la pelota ya estaba entre las redes matando a Barbosa y asesinando al Maracaná completo. Uruguy ganó la Final de la Copa del Mundo de 1950 dos goles por uno en el corazón de Brasil.
Al terminar el partido los brasileños escaparon por las puertas del estadio disfrazados de mujeres y de civiles. Mientras Uruguay se llevó el trofeo a Montevideo envuelto en papel periódico. Barbosa se quedó sentado en la portería norte del Maracaná, abrazando entre lágrimas el primer palo. Nunca volvió a salir del estadio, incluso llegó a encarar juicios penales por traición a la patria y fue declarada persona nongrata por la afición brasileña. Jamás se casó, fue abandonado por su novia y condenado por la sociedad a vivir en la ignominia y la soledad absoluta.

Pasó el tiempo y la Confederación Brasileña apiadándose de su pobreza, le ofreció el puesto de guardacampo en Maracaná. Durante años el viejo portero vivió en una covacha arrumbada tras el túnel de jardinería del estadio. Por las noches salía de su oscuridad y recreaba la jugada de Gighia, lamentándose del momento en que dejo descubierto el marco. Se cubría de la lluvia y el frío con el antiguo sueter de estambre negro, que uso aquella tarde del 16 de julio del ’50. Y casi siempre, amanecía abrazado al primer palo de la portería norte del estadio. La última vez que le vieron fue durante la eliminatoria para el Mundial de Italia 90. Sentado tras la portería norte de Brasil, rescató un balón del túnel en pleno partido y lo regresó al campo. Taffarel portero brasileño, suplicó al árbitro central que no reanudara el juego con el mismo balón, temiendo que después de tocarlo Barbosa, también estuviera maldito.
Paulo Barbosa murió años más tarde. Pocos saben cómo y donde. Pero la leyenda dice que encontraron el sueter de estambre negro, amarrado al primer palo de la portería norte del Maracaná y el cuerpo jamás fue descubierto. Desde entonces en aquel estadio, pasan cosas raras como un balón que se detiene en el aire y no cruza la línea de meta o un árbitro que sintió como le arrancaban el silbato de la boca antes de pitar un penal en contra de Brasil. La Confederación Brasileña de fútbol no olvida el día en que se apagaron misteriosamente las luces del estadio al minuto ‘89 de un clásico Flamenco vs Fluminense y desaparecieron las redes de ambas porterías. Ricardo Texeira presidente de la CBF presentó una propuesta para demoler el estadio y construir uno nuevo, pero días después el césped del estadio sobre la portería norte empezó a secarse, debido a una extraña plaga que hasta el momento no se ha podido detener.
Nadie se atreve a entrar al túnel poniente donde dicen, sigue habitando Barbosa portero del Maracanazo. Sus puertas han sido tapiadas con ladrillo y por las noches, se escuchan las cadenas de su celda arrastrando por las tribunas. Puede usted creer en esta historia o simplemente dejarla pasar como una anécdota más del día de muertos. Pero los brasileños pueblo fanático y devoto religioso, piensan que la leyenda de Barbosa es cierta y que su espíritu existe en el Maracaná, formando parte de la magia y misticismo del fútbol en Brasil

Harry Focker.


Nuestra fugaz aventura europea, terminará en el aeropuerto londinense de Heathrow, mientras viajamos en tren desde Liverpool, les compartimos la siguiente historia...
El viejo Anfield Road se quedó solo. El chubasco inundó por enésima vez la cancha durante la semana y la pasión fue escurriendo por las alcantarillas del estadio. Liverpool y Manchester acaban de jugar el clásico de la Liga Premiere Inglesa hace cuarenta minutos. Jamás perdieron la cabeza, ventaja competitiva del futbolista británico que depende de su instinto como ninguno.
La conclusión fue un neuronal empate a cero. Resultado imposible de lograr por la combinación de colores, historias, escudos y vocaciones. Al termino del juego y sin importarle la muchedumbre apilada en las banquetas optó por hacer efectiva su primera licencia durante la temporada. El entrenador solo les concede 24 horas para volver a reportarse, así que aprovechó su paso por casa. Salió del estadio sin bañarse, en su propio jugo, con la camiseta de juego del Manchester United bajo la sucia chamarra de mezclilla. Generalmente lo hace, se subió a la motocicleta negra y escapó rumbo al puerto donde vive su novia y los amigos de la infancia que termino hace apenas cinco minutos.

Fisicamente tiene diecinueve años, mentalmente los psicólogos del Manchester opinan que oscila entre los diez y los catorce. Por lo que han recomendado al técnico Sir Alex Fergusson una terapia diferente a la del resto del plantel para encaminarlo positivamente. Las fábricas tacharon su lomo. Hijo de cargador, hermano de herrero, primo de un barman y vecino de costaleros, creció entre oriundos del barrio bravo de Croxteth. El sonido del timbre que anunciaba el cambio de turno y el crujir de los hornos en las fundidoras de acero, marcaban los horarios de sus días. La asistencia al colegio dependía de la cantidad de cervezas que su padre había bebido la noche anterior. A los nueve años apenas sabía leer, pero su léxico ya era capaz de sorprender a los mayores. Con dichas credenciales sólo el fútbol podía acercarlo a Buckingham Palace donde pernoctan los no menos educados Windsor. De los cuales reniega conjugando asombrosamente el verbo ¨fuck¨en sentido figurado y primera persona. La única Elizabeth reconocida por herencia carnal en su entorno familiar, trabajaba como reina del ¨Barba Negra¨, un club de alterne en el casco antiguo de Liverpool. Y donde se habían educado casi todos los varones de su familia.

El futuro de un niño inglés criado bajo el amparo de las tribus trabajadoras y los clanes obreros del puerto, no ofrece muchas opciones para destacar profesionalmente en la flemática isla. La autenticidad de su género es exclusiva de cierta clase de ingleses. Aquellos que la realeza confunde con irlandeses y escoceses, sometiéndolos a formar parte de la inexacta fórmula económica que manifiesta el imperialismo desde la Abadaía de Westminster. Donde queda demostrado que no todos son imperialistas, salvadores de la reina, ni Lords. Escondiendo detrás de los astilleros, la miseria de las grandes potencias y a los bisnietos de la Revolución Industrial.

A los 10 años, cuando ya era un digno representante de sus tradiciones ancestrales, Wayne Rooney veía desde la televisión del bar a su hoy amigo y consejero Paul Gascoigne. A quien admiraba más por sus malos hábitos, que por ser la figura del fútbol inglés en la década de los noventa. Así que su verdadera afición, no radica como la mayoría de los niños en la admiración por el héroe de las canchas y los comerciales de Pepsi o Adidas. El caso de Rooney es todo lo contrario, la figura de Gascoigne le seducía, por ser un famoso ejemplo de lo que no es bien visto. Un futbolista aguerrido y malcriado y tan bueno como malo. Con la increíble capacidad para ser la figura del partido por el día y de una pelea callejera por la noche.

Cuando cumplió 17 años, se convirtió en el anotador más joven de la historia del fútbol inglés. Lo hizo con el humilde Everton, ensuciando el prestigio del rancio Arsenal al marcarle su primer gol como profesional. Así empezó a construir una de las carreras mas vertiginosas de Inglaterra en los últimos tiempos. Al poco tiempo fue seleccionado inglés, en donde a cambio de la titularidad absoluta, tuvo que aprender a cantar el himno inglés sin masticar un chicle y hacer reverencia frente al palco real sin enseñarle el trasero al duque de York. Dos años mas tarde, la bola de pelos, dientes y músculos en la que se había convertido el pequeño monstruo, fue tasada en sesenta millones de euros. Cifra que pagó el Manchester United por el feroz jugador.

Encabeza las portadas de todos los tabloides británicos durante el fin de semana. Lleva 3 días sin dormir y acude a las concentraciones de la Selección oliendo a cerveza negra de raíz. La última discusión que tuvo con Sir David Beckham en la selección, se debió a que en su maleta cargaba un fotomontaje porno de las Spice Girls, mismo con el que Rooney pretendía ilustrar las paredes de la habitación del capitán esposo de Victoria Adams.

No anuncia nada porque aún no hay marca dispuesta a asociar una campaña con la suya. Gatorade lo intentó pero durante la filmación del comercial, Rooney reconoció que la única bebida hidratante que su cuerpo necesitaba era un Whisky. Vodafone la compañia de celulares mas grande de Europa le ofreció un contrato millonario, pero se negó a firmarlo alegando que el teléfono de su hermano había sido cancelado tres meses antes por falta de pago. Hugo Boss logró un acercamiento pero no se rasura, no se baña y no se cambia de ropa. Aunque hay una clausula que se lo prohibe, prefiere la moto que el Bentley y el Aston Martin polarizado.
Es la antítesis de la experiencia metrosexual en el fútbol y fundador de su propia tendencia: la retrosexual. No se mira diez veces al espejo antes de salir al campo. No estudia sus poses frente a la cámara de televisión. No se depila las piernas. No se viste a la moda. No salta al campo recién peinado y perfumado. Prefiere perseguir mujeres en lugar de ser perseguido por ellas. No le preocupa ser feo y disfruta que se lo recuerden. Por eso, antes de iniciar el juego ha sido capaz eructar y sacarse un moco en televisión nacional. Le preocupa muy poco lo que digan los asesroes de imagen, tiene sus propias reglas en las que no existen los promotores faranduleros ni el jet set.
Hace poco le detectaron una miopía por lo que utiliza gafas para mirar de cerca. Cuando los publicistas del Manchester confiaban en que los inocentes lentes estilo Harry Potter ayudarían a cambiar su imagen de niño maleducado, Rooney echó abajo toda la estrategia, como la versión triple ¨X¨ del joven hechicero autonombrandose Harry Focker.

Es el ídolo de los feos, el príncipe de los barrios, el galán de la banqueta y el goleador más temible del Reino Unido. Un fenómeno capaz de revalorizar la imágen del propio David Beckham. El antídoto para el niño bonito y el virus de la publicidad emotiva. La mercadotecnia se ha encargado de sacarle provecho a su papel de antagonista, encontrando en su cara sucia, al mejor rival que el súper héroe de las revistas de moda y el corazón puedan tener en la Gran Bretaña. Wayne Rooney es la nueva moda del fútbol inglés.
Un prospecto de villano dentro de los límites del propio juego. Una dosis del pirata mal encarado que los británicos buscaban. Hartos de la cara bonita, de la combinación perfecta y del futbolista ideal, el nicho de mercado al que impacta su mensaje es mucho más grande que el de cualquiera. Porque siempre habremos mas feos que guapos y menos héroes de ciencia ficción que súper héroes de la calle, con los que podamos identificarnos más. Wayne Rooney está destrozando las teorías de consumo que venden al fútbol como un producto aspiracional, convirtiendo a la realidad en su propio paradigma.
Práctico y verdadero. Algunos directivos y entrenadores pretenden modificar las costumbres de Wayne Rooney, sería un grave error de estrategia. Al modificarle su estilo de vida, estarían aniquilando también su forma de entender el juego. Porque al fútbol se juega como se vive y Wayne Rooney está llamado a ser una de las grandes figuras de Alemania 2006 y no precisamente por su linda cara. Tan solo es más auténtico para vivir y jugar.

El campito de abajo.


Camino al aire los pulmones recuperan la ilusión. El viento huele a vida y sabe a hierba, es tan denso que casi se puede masticar con aromas de café y tabaco en etapa natural. Los sentidos cobran mayor valor cuando la vegetación nos envuelve con su infinita gama de verdes en maleza. La selva canta con tenor de agua y barítono de ave. La sinfonía aniquila cualquier reminiscencia de metrópoli y su pureza nos condena a ser corrientes visitantes y ciudadanos de cualquier otro lugar. Las sensaciones escurren vestidas de sudor, en temperaturas de 37 y 38 grados.

De vez en cuando un pequeño rincón azul y horizontal nos recuerda la cercanía del Golfo y el Papaloapan. La carretera se vuelve paseo. Somos navegantes de un rincón del planeta. Tripulantes de una nave que atraviesa la pequeña biosfera de los Tuxtlas, sobre la que descansan libres San Andrés y Santiago. Párrocos de su naturaleza y soberanos del lugar. La montaña es suave y jura guardar misterios. Sus secretos están escondidos tras fortalezas de madera y hoja. Los guardianes de la magia se volvieron piedra con los años, pero cobran vida cuando la cascada acaricia su figura y el espejo de agua salpica su realeza, dando lectura a la historia del lugar.

La imaginación viaja y engaña la mirada, que se atreve a ver un jaguar luchar feroz frente a un heroico Olmeca. Hijo de la tierra que es santa y madre. El barro es matriz de una cultura, que era hermana. Pero que los años ataviados de poder y acero la volvieron prima. El fuego la hizo vecina. El dinero ilustre desconocida. Y la maldita amnesia la condenó a ser historia. En forma de palma y tronco. En silueta de agua y roca. En notas de plumaje y canto natural. Extinta en cuerpo, pero presente en luz, aún existe. En su propio país con capital en su paisaje y constitución en su bondad.

Me interne en los Tuxtlas ensuciado por la vida mundana de las grandes capitales y alejado materialmente de este breve espacio. Busco incultamente un pretexto que me permita creer que estoy en México. Hipócritamente experimento un sentido de pertenencia que el pasaporte me autorizó. Es inútil sentirme parte de todo esto. Absorto por su grandeza me adelgaza mi propia insignificancia. Dentro su autenticidad selvática y moral, no soy nadie. Apenas soy algo, lacerado por mi lejanía chilanga y pagana. Parezco un virus que contamina aquella zona. La envidia por no haber nacido aquí, envenena. Solo me detiene la majestuosa caída de agua, cuya honestidad regala frescura en solución de gotas. Hidratando de pureza la cara, que las confunde por lágrimas. Hijas de mí ahora extraña nacionalidad.

La mentira económica me excluye de tanta riqueza verdadera. La soledad materialista me aturdió. Toco fondo al caer en esa depresión turística que tantas partes de México nos arranca, convertidos en extraños visitantes de nuestro país. No puedo más y desesperado me lanzo a descubrir una identidad.

Llegó en voz dulce y acento noble, señalando un lugar para comer. Hambriento de cultura y anémico de orgullo, acepto la invitación del pequeño hombre. Delgado como la vaina y tan moreno como su tierra. Pintado de sol, sometido por su esfuerzo y hambre. Calculé los 30 años de edad con las rayas que cruzaban los rasgos orientales de sus ojos. Le acompaño en su andar descalzo, que da lectura a sus leyendas acariciando con los pies a su madre en forma de tierra. Se llama Juan hijo de la familia Chagala que tiene 500 años siendo oriunda de San Miguelito. Población enraizada entre la mata y tapiada por la montaña. Se esfuerza por asomar su techumbre de humilde teja sobre las que se acomoda la humedad en sistema nebuloso.
Apenas la eterna calma de la niebla tropical permitió a México censarla. El camino se vuelve humano con la sonrisa inocente y plena de Juanito. Que nos va untando su orgullo con mezcla de lodo y hojarasca, guiándonos hasta su parcela de nube. Alejándonos cada vez más de nuestra vida, pero al mismo tiempo; acercándonos a ella.

Y entonces surgió de la selva, la visión más extraña que tuve durante la aventura. En detrimento de mi cultura y en orfandad de mi intelecto, lo encontré. El viento jaló un pedazo de tormenta sobre el valle de los sueños y apareció. La idea común. El horizonte cercano. El remedio para mi nulo compromiso con la zona y la salvación para mi triste mexicanidad. Estaba ante mis ojos. Justo en aquella aldea llena de pureza y altar de la naturaleza y el hombre. Sumergido entre llovizna y arropado por maleza y monte. Bañado por un río y salpicado por cascada; encontré el refugio para mi escasa identidad en aquel lugar. Apareció frente a nosotros lo que Juanito y sus vecinos llaman; “El Campito de Abajo”.

No sabía si reprochar el encanto o negar la vista. Era un pedazo de campo verde y santo capaz de acercarme a la región. Un reducto vulgar, pero integrador. Un resquicio único del que podía aferrarme para formar parte de su comunidad. Era un campito de fútbol, tierno y mágico. Al que le crecieron dos porterías de madera en cada extremo, pintaditas de blanco y que arropaban goles en una red de pescador.
Cuando más dudaba de ser mexicano, el fútbol me rescató. El vínculo era cutre, pero sano y amable. Dos equipos formados por vecinos, amigos y familiares siendo los mismos; empataron a tres goles. Brotaron camisetas falsas de Pumas, Chivas, América, Cruz Azul y Veracruz, en el partido de fútbol más puro y natural que cualquiera haya visto. Además de su estirpe única, Juanito encontraba alegría en este juego. Regalando al deporte un ejido de historia y magia, para coexistir desde su viejo mundo.

Maldito fútbol que me hiciste tan pobre en aquel lugar tan rico…
Pero a la vez bendito… Bendito por formar parte de la selva, la cultura, la cascada, la madera, la planta y la tierra.

Maldito fútbol por tener esa gran capacidad de identidad de la que yo carezco… Pero a la vez bendito… Bendito fútbol por ofrecerme esa forma tan estrecha y peculiar de comunicarme con Juan Chagala. Descendiente Olmeca, hijo de los Tuxtlas y nieto del jaguar. Con quien ahora comparto algo, aunque me hubiera gustado compartir mucho más que un simple juego.

El fútbol tiene un extraño sentido de pertenencia. No distingue lugares ni orígenes, ni personas. Un balón puede ser casi de cualquiera. Y un grito común, suele ser casi siempre; un grito de gol.

Tratados de pasión.

Se levantó temprano; la cama le había expulsado pronto. Era domingo, hoy el sueño estaba en otro lado. La mañana se le iba entre las manos. Era uno de esos días en los que no hace falta mirar el reloj. El antiguo “Gigante” de avenida Victoria marcaba el tiempo con la voz cada vez mas ronca y cada vez mas fuerte, síntoma que hacía mas cercana la hora señalada. Cuando el sol entró por la ventana del balcón y acarició la mecedora del abuelo; se iluminó una pared con las fotos de familia en la esquina del salón. Entonces se dió cuenta que había que salir de casa y empezó su ancestral rito dominical.

Amarró el zapato izquierdo y desató el derecho. La ceremonia había traído buena suerte durante el último campeonato. Descolgó la histórica bandera de la puerta de su habitación y la enrolló en su corazón. Se cambió la camisa por la roída y deslavada casaca que cargaba el número 7 sobre los hombros. Abrió el cajón donde guardaba las estampas y los recortes de periódico para encontrar el rosario que metió en la bolsa del pantalón de mezclilla. Se miró a los ojos en el espejo apoderándose del personaje en el que se convertía los fines de semana. Aclaró su garganta para que no le fallara a la hora de gritar.

Se despidió del abuelo con un beso en la frente. Mientras el viejo en complicidad hereditaria, le santiguaba sobre el pecho el escudo que se le descosía por entusiasmo.
Salió de casa. Al bajar, con silencioso deportivismo dió las buenas tardes al vecino con el que jugaba de pequeño en el patio al final de la escalera. Hoy no cruzarían mayor palabra, quizá mañana en la parada del camión, dependiendo el desenlace de la tarde.

Caminó por la calle “Conquistador” hasta llegar a “Paseo de los héroes” deteniéndose en el ‘50 donde compró una barra de pan para matar las ansias que le comían el hambre.
Subió por “Independencia” mientras repasaba los apellidos de los hombres que sudarían por su afición aquella tarde. Paró en la esquina de “Libertad” para esperar al cofrade con el que siempre quedaba.

Mientras venía; volvió a revisar con devoción periódico del sábado, que señalaba al nuevo y provisional líder en portada. Cuándo terminaba de leer el editorial, llegó el correligionario al que esperaba. La cábala instituida el domingo anterior, les obligaba a guardar silencio hasta llegar a la “Avenida Victoria”. En donde la voz se rompía para rezar En comunión ante la parroquia de San Benito, patrón de los porteros:

Señor dale fuerza y valor al guardameta;
para que esta tarde detenga a la saeta.
Señor dale fortuna y coraje a nuestro portero;
para que esta tarde no tenga ningún agujero.

El andar solitario y reflexivo se encaminó a ritmo de tambor, volviéndose procesión al final de la avenida, donde el “Gigante” se levantaba histórico. Escurriendo pasión por sus paredes y alimentándose de almas por sus túneles. A solo cien metros de la enorme puerta del Santuario de sus ilusiones, concurrían miles de feligreses devotos de la misma Fe.
Abrazados a una insignia y arropados por el calor de unos colores.

Colegas de sufrimiento, compañeros de alegrías, amigos de una leyenda, mártires de la misma derrota, victimas del mismo juez, socios de una virtud, compadres de su vicisitud.
Durante noventa minutos, mas de 60,000 personas compartirían un pedazo de sus vidas y durante la vida entera, una misma identidad. Eran Aficionados del mismo Club.
A las cinco en punto de la tarde los equipos salieron al campo. Primero lo hizo el visitante; con el respeto a punto de convertirse en miedo. Minutos después, el “Gigante” rugió cuando salieron de sus entrañas los once hombres vestidos de local.

El “Gigante” cantó, bailó y sudó durante casi 3 horas. Mientras sus hijos se aferraban al concreto de su origen. Los locales ganaron el partido y terminaron el domingo como líderes. Las almas regresaron a sus cuerpos y los espíritus heroicos se fueron a las regaderas. Los Aficionados volverían a compartir por una semana más la misma comunidad, mientras esperaban el próximo domingo. El juego se apagó y la pasión se consumió mientras la antigua voz del sonido local hacía el anuncio:

“Se encuentran a la venta los boletos para el partido de La Selección Nacional del próximo miércoles... puede adquirirlos en las taquillas del estadio”

El aviso no parecía causar sensación alguna. Apenas un par de turistas se acercaron a la rejilla para comprar dos plateas. El fútbol se había empachado de pasión aquella tarde. Parecía no quedar ni un kilo de ilusión, ni un litro de emoción, ni un metro de nostalgia para regalarle a la Selección Nacional el próximo miércoles. Quedándose así, huérfana de afición.

La conclusión puede ser triste:
¿El fútbol de Clubes está consumiendo al fútbol de Selecciones Nacionales?
No se sienta mal amigo aficionado. El fenómeno está azotando a la FIFA y las federaciones del mundo entero. Los Clubes están cada vez mas cerca de su casa, su entorno y su comunidad que Las Selecciones Nacionales. Es una cuestión que la “Sociedad Global” tendrá que discutir en un nuevo “Tratado de Pasión”.

En España siempre es más noticia la lesión del quinto metatarsiano de un interior derecho del Madrid o el Barcelona, que el resultado de la Furia Roja enfrentando a Lituania..
En Italia suelen llorar más al Milán y a la Juve que a los Azurri.
En Uruguay; se desgarraron hace años y en Argentina colapsa más la tragedia de Boca en el Jalisco, que la anécdota de la Albiceleste en Quito. Podríamos seguir con los ejemplos, pero resultaría tan ocioso como buscar camisas de la Selección en las calles o banderas de México colgando en las antenas de los coches. Ante la orfandad de pasión que sufre La Selección Nacional, la reflexión se vuelve obligatoria. El Bicampeonato de Pumas, La campaña regular de Cruz Azul, El Campeonato de América y las historias de Chivas en la Copa Libertadores; han sido reguladores de voltaje en el ultimo electrocardiograma del fútbol mexicano. Parece que nos identificamos más con el equipo que nos pertenece, que al que creemos pertenecer todos. La pasión es un activo individual y la emoción un pasivo colectivo. ¿Quién convoca más?... Los Clubes o la Selección.

Aquella noche el aficionado volvió a su casa. La luna iluminaba entonces de azul al abuelo en su mecedora. El viejo no preguntaba el resultado de su Club, porque se lo había cantado la gente desde el estadio. Había vivido en el mismo barrio desde hace 70 años. Era Vecino del “Gigante” de la Avenida “Victoria”; que formaba parte de su vida, de su comunidad, de su herencia y de su entorno. Y el que durante toda una vida, le había dado identidad.

Cadena de ilusiones.


Las vidas de los “cracks” del pasado, el presente y el futuro, coinciden en el tiempo y el espacio de una dimensión desconocida para el mundo del fútbol. La historia comienza en el Océano Atlántico. Es 1938, el buque de nombre “Covadonga” cruza el Ecuador. Abordo, una familia de refugiados vascos carga en su equipaje el olvido de su tierra.


Isidro el menor de los Belausteguigoitia, juega con una pelota de trapo en la cubierta de tercera clase. Tiene apenas siete años y ya maravilla con su juego al capitán y la tripulación, que por cada gol anotado en babor, le regala una hogaza de pan dulce. Manjar muy cotizado para una travesía trasatlántica de casi un mes. El navío atracó en La Habana y la familia se arraigó en el Caribe. Pero el destino gambeteó nuevamente a Isidro obligándole a embarcar su vida rumbo al Puerto de Veracruz. Por las mañanas, el joven vasco apilaba costales y ladrillos. Por las tardes jugaba al fútbol en el patio trasero de los muelles.


A solo unas calles de allí en Los Portales de la ciudad; el “crack” mexicano de la época solía festejar sus hazañas con Los Tiburones Rojos de Veracruz. La fuerza y precisión de su patada sorprendieron una tarde al “Pirata” Fuente, quien recomendó al muchacho con Alfredo Cassola. Empresario italiano que buscaba jugadores en América para integrar una selección de oriundos y enfrentarla por dinero a los mejores clubes del continente. Isidro jugó para el equipo de Cassola en una gira de verano por el sur del hemisferio. Le hizo tres goles a San Lorenzo y dos a Peñarol, la misma tarde que un central paraguayo liquidó la rodilla y la carrera futbolística del inmigrante vasco.


Isidro Belausteguigoita fue olvidado por el empresario italiano en el viejo Montevideo. Terminó ganándose la vida detrás de la barra de un bar. A los veintiséis años, se casó con Paula Ferreira. Una brasileña que se enamoró del delantero, quien jugaba para un equipo amateur de la Liga Municipal del Centro de Montevideo. En su última tarde como jugador dio el mejor partido de su vida. Marcó 5 goles y salió a hombros del bravo potrero. Pegándole a la pelota con la rabia de su vida y gambeteando rivales con la tristeza de su historia. Isidro nunca lo supo… pero su personalidad en la cancha y su verdad con el balón, marcaron aquel día la vida de un niño que le miraba aferrando sus manos con ternura a la alambrada de la cancha.

El nombre del pequeño era Fernando Morena, que con el tiempo jugó en Peñarol de Ururguay, Valencia y Valladolid de España. Y con la imagen de Isidro en la memoria de su corazón; Fernando Morena se convirtió en uno de los mejores delanteros de la Garra Charrua. Veloz, habilidoso y goleador poderoso, regresó en el ocaso de su carrera para jugar con Peñarol. Morena entonces no lo sabía… pero su carrera como jugador marcaría la vida y la carrera de un niño que le miraba aferrando sus manos con ternura a la alambrada de la cancha donde entrenaban Fernando Morena y el Peñarol.

El Nombre del pequeño era Enzo Francescoli, que con el tiempo jugó en el Wanders. Fue comprado por el River Plate que en 1986 lo vendió en 6.5 millones de dólares al Racing de Paris. Equipo del magnate francés Gerarard Lagardere. El dueño de la empresa de tecnología “Matra” y una de las fortunas más grandes de Francia, se negó a vender a Francescoli al millonario italiano Agnelli, quien moría por ver jugar al uruguayo con su equipo: la Juventus de Turín. El Racing de Paris era un caos. Pero a Lagardere, dueño y presidente no le molestaba. Porque lo único que el caprichoso multimillonario deseaba; era sentarse en su palco de lujo solo para ver jugar e Enzo Francescoli los domingos por la tarde. En 1988 el coraje y la tristeza de Francescoli obligaron al Racing de Paris a cederlo al Olympique de Marsella. Años después Francescoli regresó a River Plate, donde su leyenda alcanzó niveles de mito. Logrando que la mitad de los argentinos, le cantaran desde la grada ¡Uruguayooo! , ¡Uruguayooo!, como el mejor homenaje a la hermana República Oriental. Fue electo “Principe” y el mejor jugador en la historia del Uruguay.


Durante aquellas tardes marsellesas, Enzo Francesoli entonces no lo sabía… pero su estampa perfecta en la cancha y su nobleza en la vida, impactarían para siempre los ojos y el corazón de un niño que le miraba aferrando sus manos con ternura a la alambrada de la cancha donde entrenaba el Olympique. El pequeño lo adopto como ídolo y acuño en sus músculos y huesos, toda la clase que aprendió mirando al uruguayo.

El nombre de aquel niño francés hijo de un inmigrante argelí es Zinedine Zidane. Sigue jugando y su trayectoria como jugador la conocemos todos. Tan grande fue la trascendencia de Francescoli en su vida, que bautizó con el nombre de Enzo a su primer hijo. Como humilde homenaje de un gigante para otro. Zidane continúa siendo el mejor futbolista del mundo. Aún vive y juega como tal. Pero hace unas semanas durante una sesión de entrenamiento; un niño le miraba aferrando sus manos con ternura a la alambrada de la cancha del Real Madrid. Zidane aún no lo sabe…. Quizá jamás lo sabrá. Pero el nombre de ese niño que le admira por las tardes es: Paulinho Lima Ferreira. Nieto de un inmigrante vasco que a los siete años, maravillaba al capitán y la tripulación de un barco cargado de refugiados españoles. Mientras pateaba un balón de trapo sobre la cubierta tercera clase.

En plenas eliminatorias; cuando el planeta está jugando al fútbol, el fútbol enlaza con su magia “cadenas de ilusiones” como ésta. Sin distinguir el lugar, ni la nacionalidad, ni la condición social. Recordándonos que su verdadera grandeza, está en los ojos de un niño que mira aferrando sus manos con ternura a la alambrada de una cancha en donde hoy juegan y entrenan sus ídolos de verdad.


Las eliminatorias para la Copa del Mundo hacen que la tierra parezca un gran balón. Los “paralelos” están pegados a la banda, las “latitudes” se vuelven área chica y los “meridianos” son el medio campo de un planeta, cuya Geografía y huso horario las marca el grito de un gol. En Europa, Asia, América, Africa y Oceanía; los Estadios Nacionales son durante un par de horas, capitales de sus países y desde los lugares más extraños de la tierra, siempre nos llega la imagen del hombre corriendo detrás de la pelota. En la víspera mundialista, el fútbol ejerce como un Organismo Internacional. Cuyo orden y legalidad ofrece a los pobres la oportunidad de vencer a los ricos. A los grandes de aprender de los chicos. Y a los olvidados como Isidro Belausteguigoitia; la posibilidad de existir.

Feos, fuertes y formales.


Primer día de junio del año 2005; la fecha amenaza nuestro termostato y marca el calendario de los grandes juegos. Época del año reservada por la FIFA para alterar nuestras emociones y recorrer el mundo detrás de un balón.

¿Quién no tiene un inolvidable junio, un maravilloso julio y un nostálgico agosto archivados en el corazón de su memoria?. El “Gran Verano” debe tener mucha lluvia, mucho sol y mucho fútbol. Finales de campeonato, juegos de selecciones nacionales, torneos internacionales y cascaritas estivales; que al final del día son las que disfrutamos más. Por las noches nos volvemos futbolistas de almohada y soñamos con ser protagonistas de un gran partido. Ese que jugamos desde niños y que aún no ha terminado.


El antecedente obliga a pensar que a ningún futbolista sobre la tierra se le ocurriría perderse una oportunidad más, para jugar al fútbol con la camiseta de su Selección Nacional. Ejerciendo una profesión en donde la lesión mas grave sucede cuando se desgarra el alma. Cada vez son mas los jugadores que renuncian a sus selecciones durante estas fechas. “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido” y es común que en el olvido de su retiro, lo que mas anhela el ex futbolista es volver a ser futbolista para jugar bajo la lluvia del verano aunque sean solo cinco minutos.

El fútbol se vuelve viejo pronto. Los grandes partidos y las grandes hazañas necesitan solo unos días para vivir por años en el archivo moral de nuestra memoria. Buscando en la historia del fútbol encontramos una gran leyenda. Sucedió hace ya nueve días; una eternidad para la “Antigua Constantinopla”.

Esto fue lo que pasó...
El fútbol se ha quitado el maquillaje. Escurrió el excéntrico cosmético lavando su cara con sudor, lágrimas y lluvia. Esta vez no hubo sponsor capaz de pagar la cifra, que el corazón de este deporte subastó aquella noche del 25 de mayo. No hay marca que se atreva, ni publicista que lo imagine. De nada sirvió el jugador de Pepsicola que ejerce su pasión para una especie de héroe en formato de 35 milímetros. Ni la mágica gambeta dibujada con euforia en un story-board para la Nike. ¿En qué momento alineamos a nuestros jugadores con Tom Cruise o Brad Pitt...? Quizá cuando olvidamos que el músculo más importante de un futbolista sigue siendo el corazón. La cara sirve cuando es mas dura que bonita. Lucirla en las portadas no gana campeonatos, solo ayuda a venderlos.

Aquella noche descubrimos un puñado de buenos jugadores que el marketing condenó por feos, fuertes y formales. Obligándolos a desfilar solos por la pasarela del vestuario. Futbolistas que tienen invertida la fórmula del mercado: "son un modelo de futbolistas, en lugar de futbolistas modelo". Aquí el siete no vende, el cinco está chimuelo, el nueve es un enano, el tres esta bizco, el ocho está calvo y el once no se baña. Y sin embargo; El Liverpool de Inglaterra, es el último grito de la moda en el auténtico mundo del fútbol.

Hace tiempo que el Liverpool F.C. dejó de ser un grupo de aristócratas reposando sobre su abolengo. Nunca imaginamos que la Realeza Británica perdiera el protocolo en tan solo 120 minutos. El Jet Set se conmovió con once insensatos, que maltrataron la rancia historia del Milán. Víctima de una defensa malcriada por la farándula.

Los héroes de la Final Europea de Estambul, jugaron un partido que escurrirá dulcemente en las grietas de nuestra memoria durante años. El cuento turco ha servido para desmaquillar a los jugadores de excentricidades, indignas de Kubala, Distéfano, Charlton, Puskas y el resto de nuestros abuelos. El fútbol de los hombres bravos ganó terreno al de los guapos y famosos. Dudek, Hyypiä, Hamann, Smicer, Benitez, Alonso, García, Carragher, Finnan y Gerard no cotizan en los medios. Pero consumaron el "crack" en una bolsa de valores, donde el deporte juega un campeonato alterno a su origen.

La leyenda de Estambul nos deja un gran mensaje. Al fútbol se juega como se vive. Y en una época tan llena de problemas y agravios para nosotros los mortales; jugar al fútbol debe significar una gran vida. Ojalá que el futbolista volviera a ser aficionado por una noche y abrazara con fuerza ese típico sueño que la mayoría abandonamos en la almohada por las mañanas: “jugar al fútbol y meter un golazo con La Selección Nacional”

Anatomía del futbolista.

Buscar teorías tácticas y estratégicas en un juego de fútbol, puede resultar ocioso. El análisis futbolístico casi siempre confunde al aficionado práctico. Sus precursores y metodólogos se empeñan en crear teorías para aplicar el sentimiento. Cuando el hombre no encuentra explicaciones que le permitan entender un suceso fenomenal, lo mejor es recurrir a la ciencia. En ella podremos encontrar explicaciones exactas para descifrar cualquier hecho por extraño que parezca. A la luz del conocimiento y la investigación médica, surge una hipótesis que puede aproximarnos a la verdad. Mediante la disección de un futbolista con permiso de Vesalio, la venia de Galeno y sin juramento hipocrático; intentaremos descubrir cómo es que México derrotó a Brasil y puede ganarle a Argentina y Alemania. Esta es la anatomía de un triunfo:

1.- Corazón: músculo más importante de un futbolista.

2.- Alma: único elemento que el futbolista tiene prohibido desgarrarse.

3.- Mandíbula: hueso indispensable para defender un partido. Suele dar mejores resultados cuando está bien apretada.

4.- Dentista: Integrante del cuerpo médico, dedicado a mantener en perfecto estado la mordida de un futbolista en todos los rincones del campo.

5.- Cráneo: hueso del pensamiento. Se utiliza para ganar partidos atrás o adelante.

6.- Cerebro: cavidad donde se guardan los sueños.

7.- Psicólogo: es el masajista del pensamiento.

8.- Masajista: es el terapeuta de los músculos.

9.- Brazos: extremidades cuya principal función es abrazar una victoria.

10.- Dedos: señalan un objetivo y por lo tanto un marcador.

11.- Uñas: en el futbolista su principal función es arañar un título. En el aficionado ayudan a matar los nervios durante 90 minutos.

12.- Manos: extremidades utilizadas para acariciar una camiseta, empuñar un símbolo, escribir una gran historia y aplaudir a todo un equipo.

13.- Muñeca: articulación comúnmente utilizada para ondear una bandera.

14.- Boca: parte del cuerpo que suele dar voz al espíritu.

15.- Espíritu: La ciencia aún carece de información precisa para analizar este elemento. Pero el futbolista suele utilizarlo como recurso mágico y milagroso.

16.- Labios: extremidades bucales que dan forma al grito de gol.

17.- Ojos: sin ellos no podríamos creer lo que está sucediendo.

18.- Lagrimales: Orificios por los que escurre alegría o tristeza en forma liquida.

19.- Piernas: motores de una ilusión.

20.- Emoción: ritmo cardiaco durante un partido de fútbol.

21.- Electrocardiograma: análisis científico que estudia la entrega de un futbolista dentro del terreno de juego.

22.- Pies: sentido del tacto; léase manos en el caso de un futbolista. Salvo en el portero.

23.- Tobillo: muñecas de los pies.

24.- Venas: conductos por los que se alimenta la pasión.

25.- Sangre: liquido que transporta glóbulos bravos y glóbulos valientes al cuerpo en general.

26.- Oído: sentido que permite al futbolista percibir el apoyo de su afición.

27.- Pecho: guardián del amor por unos colores.

28.- Piel: camiseta diseñada por la naturaleza. Debe dejarse en el campo al término de cada partido. Tiene que lavarse con sudor y lágrimas. Por ningún motivo se puede arrugar.

29.- Glándulas sudoríparas: pequeños medidores del esfuerzo.

31.- Cuero cabelludo: integrado por miles de folículos cuya principal función es enchinarse.

32.- Hombros: se utilizan para echarse un equipo encima.

33.- Cadera: hueso de engaño cuyo movimiento rítmico produce el grito de ole.

35.- Hígado: receptáculo del coraje en un futbolista.

36.- Testículos: órganos reproductores de una leyenda y de gestación para una hazaña.

37.- Pulmones: generadores de aliento.

38.- Columna vertebral: portero, medio y delantero.

39.- Estómago: aparato que digiere una victoria y asimila una derrota.

40.- Futbolista: conjunto de ideas, huesos, músculos y emociones. Capaz de levantar el ánimo de un país. Entiéndase héroe cuando viste de verde y en general un ser humano como cualquiera.

Es usted libre de encontrar la explicación que quiera para entender la victoria de México frente a Brasil; yo me quedo con ésta. Porque en el juego del hombre, me parece la más humana.
¡Gracias México¡

La decena mágica.


Las sociedades exigen líderes. Ubicar figuras exactas y precisas en cuyos rostros se identifique la victoria y los sueños. La Estadística suele aplacar la necesidad de ordenar el placer de mayor a menor. Mediante los números, podemos ponerle un subjetivo índice al talento. A cada vez menos tiempo del mundial, será bueno ir preparando el archivo de los mejores, para explicar lo que podremos ver y lo que queremos sentir. Estos son de acuerdo a expertos, los diez mejores jugadores del mundo hasta la fecha. Como en las matemáticas que se empeñan en ponerle número a todo; en este caso sus propiedades son humanas, porque el orden de los factores no altera el producto.

Ronaldinho, Brasileño del Barcelona.-
Su mejor jugada siempre es una sonrisa. En su caso es tan importante el odontólogo como el kinesiólogo. Utiliza la alegría como táctica y su madurez como jugador depende cada vez más de su inocencia como persona. La estrategia del brasileño es un estado de ánimo, Ronaldinho se encuentra feliz cuando sale a jugar al campo y lo refleja aún en la efectividad de sus compañeros contagiados por las risas, que para alinear a su lado, tienen la obligación de divertirse con él. Es el número uno del mundo.

Zidane, Francés del Real Madrid.-
Ha sido tan grande, que aún le queda fuerza para pelear el liderato por el primer sitio frente al brasileño. Zinedine Zidane posiblemente sea el futbolista con más títulos sobre la tierra, lo que le convierten de inmediato en miembro de la familia real del fútbol, que encabezan Pelé, Maradona, Distefano y Cruyff. El francés es el quinto de los magníficos. Campeón del Mundo con Francia y Campeón de Europa también. Campeón Europeo de Clubes, Campeón de Liga en Italia y en España, Campeón Mundial de Clubes. Multicampeón para la FIFA y la UEFA con botines y balones de oro y hasta Campeón de la UNICEF y de la ONU. El solo acumula más trofeos que la mitad de los clubes europeos y sin embargo; quien lo conoce sabe que en su casa, apenas guarda algunos recortes de periódico de su debut en Marsella y de su campeonato mundial en 98, cuando levantó la copa en Sain´t Dennis. Para muchos lo mejor que tiene es la precisión en el pase. Para otros, su mayor virtud está en los ojos, que pueden ver cosas dentro del campo que casi nadie observa. El resto considera que su físico ágil, ligero y habilidoso pero al mismo tiempo fuerte, poderoso y veloz, ha sido la clave de su éxito. Pero hasta el momento el mejor análisis de su carrera lo hizo su mujer, quien declaró que el secreto mejor guardado de Zinedine es su bondad como persona y su humildad como profesional.

Shevchenko Ucraniano del Milán.-
La geografía política de Ukrania cambió a partir de él. En silenciosa y erguida postura, diseñó su carrera en arte lapidario como el pensador sobre la piedra. Creció sobre el hielo, donde patinaba y gambeteaba rivales en una pista de hokey, confundiendo su verdadera vocación entre la nieve. Un día llegó a Italia y limpió la zona de brasileños, argentinos, holandeses e italianos. Es el gran solitario de San Siro pero el primero en echarse la historia del Milán al hombro. Su talento es tan grande, que alcanzará para llevar a su pequeña nación a jugar por primera vez en la historia un Mundial.Más que un jugador franquicia, es un jugador país; su orgullo es Ukrania, uno de los principales semilleros deportivos de la antigua Unión Soviética.

Pavel Nedved, Checo de la Juventus.-
Primo lejano de Shvechenko, algo más sonriente pero igual de silencioso. En su mirada aún guarda la nostalgia de la antigua Europa del este. En donde creció al amparo de su madre Praga, considerada por muchos el Paris detrás del muro. En donde las bellas artes se fomentan en cada esquina, incluso si en ellas rueda un balón a los pies de un niño. Ahí descubrieron a Nedved, con el look de un béatle atrapado en los sesentas y que enamoró a la dama del Calcio, la Juventus de Turín.


Thierry Henry, Francés del Arsenal.-
Hijo de la Francia mestiza. Con la fuerza de Europa y el alma de su colonia. Delantero voraz y un atleta del área. Utiliza los brazos mejor que nadie; para planear en vuelo y aterrizar sobre la portería, manteniendo el equilibrio en el aire. Alguna vez fue delgado, hasta que el Calcio y la Premiere Legaue alimentaron su organismo y lo incubaron para convertirlo en una maquina de ataque.

Frank Lampard, Inglés del Chelsea.
Es el nuevo nieto de la Reina y el mejor soldado del imperio. No es tan guapo como David Beckham ni tan feo como Wayne Rooney. Por lo tanto su mayor virtud es el equilibrio en ataque y en defensa. Capaz de recorrer la distancia entre Inglaterra y Escocia con un balón en los pies, defendiendo a la Gran Bretaña con el corazón de un león antiguo. Representante de la nueva generación inglesa, acumula en su genética la bravura del defensor histórico y asimila en su evolución la clase del atacante moderno. Tiene tanto músculo como talento y tanta fuerza como clase. En poco tiempo se volvió figura y en menos tiempo aún; se convirtió en crack.

Van Nilsterooy, Holandés del Manchester.
La ciencia falló en la clonación de Marco Van Basten, pero en el intento incubó a Roy Van Nilsteroy. El mejor rematador sobre la tierra y capaz de convertir una piedra en un balón de gol. A pesar de sus grandes dimensiones, el holandés se mueve mejor en un espacio pequeño. Es el mago del área chica y el jugo más fresco de la naranja mecánica.

Ronaldo, Brasileño del Real Madrid.
Apenas cinco minutos de Ronaldo alcanzan para ubicarlo entre los diez mejores. Con eso le basta al brasileño para seguir metido en la pupila del mundo. Un gol suyo es como una marca registrada… “Gol de Ronaldo” se oye bien y casi siempre se ve bien. Opacado por la adolescencia de Ronaldinho que lleva su nombre y su dentadura al frente. Aún sigue siendo decisivo en cualquier campo que pise.

Raúl, Español del Real Madrid.
Pocos se han detenido a elogiar la fortaleza mental de Raúl González. Sacrificado por los técnicos y humillado por el sistema de juego del Real Madrid en su versión de Spielberg. Los euros condenaron a Raúl a jugar vestido de gala en la terracería del medio campo. Nunca se queja y siempre está para cuando lo necesiten en donde sea. A Raúl solo le falta jugar de portero y de central en un Real Madrid que tiene encadenado al talento más espectacular en la historia de su cantera. Y al goleador más grande en la historia de la Champions League.

Samuel Eto´o, Camerunés del Barcelona
Su nombre es Africa, salvaje y natural. El alma de todo un continente habita en Samuel.
Que destella tras los matices brillantes del color negro en su nobleza espiritual. Es una fiera puesta en libertad dentro de un estadio y lo más peligroso que ha sucedido en Barcelona desde Gary Lineker. Ha hecho del Nou Camp una sabana africana, donde engulle a los porteros y se devora la pelota. Cuando Eto´o sonríe la blancura de sus dientes asusta a los rivales, síntoma de que el africano va en búsqueda de alguna presa a la que pronto convertirá en alimento de su leyenda, porque todo lo que huele a gol, Samuel se lo come.

El guardián del fútbol.


El fútbol, suele adjudicarle a las matemáticas demasiado valor. Los juicios corren el riesgo de volverse sumarios y un análisis se resuelve siempre en términos cuantitativos. Cuánto vale, cuánto gana, cuánto corre y cuántos años tiene, son preguntas tan comunes y corrientes, que limitan la reflexión de la palabra y la evaluación de las responsabilidades. Hay jugadores que dominaron las cifras de su carrera hace tiempo. Pitágoras los dejó en paz, cuando cumplieron treinta años con veinte títulos. El algoritmo fue derretido al calor de un silogismo, que se siente más cómodo valorando leyendas que estadísticas.

La historia se esconde tras la bruma catalana, durante una noche salitrosa y húmeda, en la que el Nou Camp escurría su grandeza hasta el mediterráneo. Al minuto ‘75 Migueli canjeo el fémur por la pelota y Alexanco recuperó la jugada con la voz. Victor mandó un centro con el cuello, que Schuster remató con los bigotes. La pelota abandonó el campo alegremente y mientras sonreía, llegó a las manos de un bisnieto de Gamper, que la devolvió al juego con la inocencia del mejor recogepelotas de la historia.


Criado en La Masía, donde el F.C. Barcelona suele parir a los “cracks” ; Pep Guardiola se alimentaba por la pupila y el oído. Devoraba lecciones de fútbol cada vez que se sentaba detrás de la valla de estática, acudiendo con devoción al aula preferencial de aquel campo santo. Apenas tenía trece años, pero Gaudí, Miró y Dalí ya le habían echado el ojo a la futura obra de arte, que Catalunya estaba esculpiendo en hueso y músculo.

Pasaron los años y al pequeño Pep le salió la barba, requisito indispensable para abrir la puerta del vestidor más imponente de la historia moderna del fútbol: El Dream Team de Johan Cruyff. En aquella alineación rodeado de ilustres, forjó una carrera que con el tiempo se volvería monumento al barcelonismo. Inventor de la planeación estratégica dentro de un terreno de juego, Guardiola se graduó como Licenciado en Administración de Empresas jugando al fútbol. Hizo del tiempo movimiento. Del espacio un lugar. Del compañero un recurso. Del balón materia prima. Y de su imagen, una fuerza de ventas.

Declaraba sus intenciones cada vez que uniformaba su pensamiento de azulgrana, “El fútbol es el juego más sencillo del mundo, basta que tu pie obedezca a tu cabeza” suele decir, mientras entiende el juego como un ejercicio mental. Es un atleta del pensamiento y el futbolista más cerebral de su época. De ahí que poco nos importen a algunos sus 35 años. Es más veloz que cualquiera, porque piensa más rápido que nadie sin la pelota. Y cuando pasa por sus pies, logra que su equipo se mueva como ninguno.

Con el apellido redactado en el gentilicio de “guardián” , Guardiola ha sido fiel custodio del balón y la virtud de su redondez. De su eterno compromiso con él; alguna vez mencionó a un neófito: "Te sonará a gilipollez, pero al fútbol se juega con un balón” Frase que acuñó cuando comprobó la siguiente teoría “Antes de que te pasen el balón debes saber dónde lo vas a mandar, si no está claro, mejor guárdalo, dáselo a tu portero, pero nunca lo regales”

La vida da tantas vueltas, que a veces los mejores momentos pasan frente a nuestras narices sin que nos demos cuenta. Y así, confundidos por el tiempo y la exigencia práctica del cálculo, convertimos al fútbol en objetivo crítico de las ciencias exactas. Por eso, recomiendo a los aficionados en general del Fútbol Mexicano, sin importar la hinchazón de nuestros colores, que nos volvamos un poco fanáticos de los Dorados de Culiacán. Un equipo que sin inventario mítico, atesora hoy, gran parte de la leyenda del fútbol moderno con la alineación de un futbolista histórico en su cuadro titular. Allá, donde el sol arrincona las sombras y derrite al que se mueva, hay un futbolista capaz de trascender en el plano de los años. Utilizando al pasado como futuro y al presente como verdad.


Aprovechemos los últimos años de la carrera de Pep Guardiola como jugador, antes que se vuelva entrenador y dirija al Barcelona con la filosofía de su vida. Exprimamos sus conocimientos al máximo. Aprendamos viéndole jugar, hablar, dirigir y vivir. Porque encima de todo, además de ser un inmenso futbolista es un tipo tan humilde, que tiene la noble capacidad de entregarse al máximo jugando con el gigantesco F.C. Barcelona, que para el pequeño Dorados de Culiacán.

Las chivas de mi comunidad.


La mañana empezó diferente, algo raro sucedía en la colonia. Algo de lo que nunca me había dado cuenta, pero que siempre había estado ahí...
Bajé por mi calle de todos los días y cuando llegué a la esquina donde está la Iglesia de mi colonia descubrí al Cura “ José de Jesús” que con sus manos santas, descolgaba una bandera “rojiblanca” de la torrecita del campanario. Debajo de la sotana, asomaba un escudo que no alcancé a distinguir. Con pena y resignación se quejaba de los muchachos que le habían hecho la faena: ¡Más respeto por la casa del Señor!. Pero la sonrisa que iluminaba su feligresía, le delataba...

Seguí mi camino y paré en la tiendita “El rebaño”. Donde todas las mañanas compro un jugo de naranja. Don “Adolfo” el tendero, resultaba más feliz que de costumbre y me invitó una galletas que recién le habían llegado. -Se llaman alfajores creo que son argentinas, están buenas; pero yo prefiero unos bimbuñuelos- me dijo...

Crucé la calle para comprar la prensa que “Ramón” me vende todos los días con singular alegría. En el puestito de periódico, platiqué con “don Chava” del fútbol de su época. La discusión siempre arranca igual y la queja es rancia: ¡ los míos eran otros tiempos!. El viejo siempre está ahí a la misma hora, nunca falta. Es como un monumento que da abolengo a la historia de mi barrio...

Están repavimentando mi colonia y el transito lo pone todo “boca arriba”. Imposible salir por la “boca calle”; se planto un tractor que no dejaba pasar a nadie. “Tengo el corazón rayado” decía la leyenda que llevaba inscrita en la defensa el inmenso camión de arena y grava que me impedía el paso...

Decidí pasar por enfrente del mercado para cortar camino, justo donde están la pollería “El Campeonísimo” y la tortillería “Jalisco” que atienden los señores Ponce y Gutiérrez, socios desde hace cincuenta años en las buenas y en las malas...

Cuando pude salir de la cuadra, sonó el timbre de la “Primaria Vallarta” que anunciaba la entrada a clases. “Omarcito” mi vecino, echó a correr antes de que cerraran la puerta. Con la mochila volando por los aires y un balón atado bajo el brazo, gambeteó a “Benjamín” el Director del colegio. Mientras su madre desde el coche le gritaba: ¡bravo! bravo!; otra vez sobre la hora; a ver si mañana te levantas más temprano...

Subí a mi coche, le hacía falta gasolina. Pase por la estación del servicio “El Tigre” donde “Alejandro” le puso $200 pesos de magna mientras discutía del arbitraje y contaba billetes con las manos....

Por fin avancé unos metros pero el semáforo estaba en rojo. A mi lado el taxi de “Juan Pablo” que estudia por las noches y ruletea por las mañanas. Subió tres pasajeros que llevaban puesta las camisas de Pumas, América y Cruz Azul.
-Al Angel por favor- pidieron los pasajeros.
-De allí vengo- respondió Juan Pablo...

Llegué al parque donde doblé para subir por San Jerónimo y encontré a “Manuel” el jardinero. Que con la disciplina de todos los días, barría las hojas caídas del abedul argentino, mientras silbaba el jarabe tapatío...

A la vuelta, “Rafael” levantaba la cortina de su negocio. Es el dueño de la ferretería “El tubo” donde hacen instalaciones pesadas de plomería a domicilio, sin importar el barrio. Llegamos hasta la Buenas Aires; reza el cartel a la entrada del local...

Las Chivas están en todos lados. El triunfo del Guadalajara es un triunfo de México. Todos podemos encontrarlos o reflejarnos en ellos. Son once mexicanos como cualquiera de nosotros. Capaces de ganar y de soñar. El alma de este equipo abraza las esperanzas de millones y abriga una verdadera identidad nacional.


En la eterna búsqueda de un estilo para el fútbol mexicano; descubrimos a Las Chivas versión Libertadores. Fuertes, correosos, valientes, veloces, buenos, ligeros y agradables.

Humildes pero orgullosos. Jóvenes de espíritu y grandes de corazón.
Son las chivas de nuestra colonia, nuestra calle y nuestra comunidad.Son las Chivas de México, su equipó más querido y también el más popular.

Papa, ¿qué es un árbitro?


Casi nadie escribe del arbitraje con el afán de construir. Es muy complicado ver una columna dedicada a un buen arbitraje a pesar de que los hay. El fútbol suele ser injusto con ellos, aunque a veces se les pasa la mano y no se detienen a reflexionar públicamente su error o su acierto. Los malos arbitrajes promueven la crítica feroz y calumniosa, pero también columnas piadosas como ésta.

¿Qué es un árbitro?...

1.- Es su deber permanecer completamente serio, cuando todos están alegres.

2.- Si pierde la calma pierde el partido.

3.- Casi nunca gana y cuando lo hace, nadie se entera.

4.- Tiene prohibido gritar gol, aunque puede ser el más cercano a la jugada.

5.- No puede rematar un balón por más que sepa como.

6.- Cuando silba, convoca la silbatina.

7.- Cuando no silba, también.

8.- No puede tener futbolistas favoritos y si los tiene, es peor para el jugador.

9.- A su afición le llamarían traición.

10.- Es el que más corre y el que menos gana.

11.- Es el peor pagado del campo de juego, pero al que más le exigen.

12.- Nadie compra sus camisetas, aunque a veces se diga que están en venta.

13.- Es muy difícil que su familia vaya a los partidos a disfrutar de su actuación.

14.- Son los que más criticas reciben, pero los que más vocación tienen.

15.- A pesar de ser parte importante del juego, nadie les pide autógrafos.

16.- Cuando se habla de ellos, es que lo están haciendo mal.

17.- Mientras menos se noten, mejor lo hacen.

18.- No son la ilusión de ninguna cascarita, ni el sueño de ningún niño.

19.- Con ninguno quedan bien, ni siquiera en el cero por cero.

20.- Tienen todo el poder y al mismo tiempo, ningún poder de convocatoria.

21.- Generalmente duermen mejor antes del partido que después de él.

22.- Son los primeros en llegar al estadio y los últimos en irse.

23.- Nunca les aplauden una gran jugada.

24.- Cuando salen en las fotos es porque son el centro de un escándalo o porque es tradición antes de iniciar el partido.

25.- Siempre son el tercer equipo del campo y también el tercero en disputa.

26.- Son los hombres más solitarios de un estadio.

27.- No tienen hoteles de concentración, aunque tienen que ser los más concentrados.

28.- Lamentablemente, su madre es la más recordada del estadio.

29.- Muchas veces tienen la mejor condición física del fútbol, pero sus condiciones de trabajo no son las ideales.

30.- Algunos son abanderados, pero nadie ondea su bandera durante el partido.

31.- Están condenados desde el inicio y solo ellos se pueden salvar.

32.- Son héroes de su casa y villanos del vecindario.

33.- Cuando se van solos del estadio, es mejor que cuando se van acompañados.

34.- Si llegan a tropezar en el terreno de juego, nadie les marca una falta.

35.- Nunca se lesionan y nadie se los toma en cuenta.

36.- La televisión los desnuda, pero nadie se atreve a vestir como ellos.

37.- Su uniforme es el más feo, cuando el diseño es de colores.

38.- El único niño que quiere ser como ellos, por lo general es hijo suyo.

39.- Todo mundo habla de su profesionalismo, aunque el delantero falle tres goles y el portero se coma dos.

40.- Todo mundo habla de su cuenta bancaria, pero nunca he visto un arbitro en un BMW.

41.- No tienen derecho a pedir su cambio dentro del partido, por más cansados que estén.

42.- Nadie mete las manos al fuego por ellos, pero todos prenden la lumbre a su alrededor.

43.- Cuando se equivocan tienen miedo de aceptar su error, por miedo a sentirse vulnerables.

44.- Están obligados a tener sentido común, cuando carece de sentido querer ser uno de ellos.

45.- El juicio de su desempeño siempre está dividido, por los que ganan y por los que pierden.
Dedicada a Marco Antonio Rodriguez, considerado el mejor árbitro mexicano por una mitad y el peor de México por la otra. Al igual que con el arbitraje, el columnista nunca tiene la razón.
Pero tal y como ellos, arriesga el comentario con su trabajo.