La siguiente es una historia verdadera.
Pasó todo el día encerrado en casa. Apenas asomó por la ventana cuando llamaron su atención los gritos de una pandilla que goleaba tres por cero sobre la pared descarapelada de su edificio.
El departamento de 80 metros cuadrados, encerraba su angustia y marchitaba sus recuerdos, que a los 29 años; eran muchos para un joven que se estaba volviendo veterano frente al espejo del fútbol. Recorrió la zona de la habitación cien veces, subió por la banda del pasillo otras más y entro de frente al cuarto de su afición. Donde analizaba el partido de la vida.
Miró el México – Argentina en silencio, no sabía si disfrutarlo o sufrirlo.
Había sido parte de todo esto, pero al mismo tiempo el sentimiento marcaba su distancia con una barrera que parecía infranqueable.
La soledad de su domingo era acompañada de vez en cuando por el grito de algún vecino que daba indicaciones a Oswaldo, Morales y Pardo. La cocina era una isla desierta y la despensa solo almacenaba aire, así que mató el hambre devorando balones toda la tarde. En versiones de cable, prensa e internet, se empachó de resultados. Rumores, noticias, ligas, figuras, torneos y campeonatos. Solo así recuperaba la respiración y lograba sentirse ciudadano del mundo del fútbol.
La luz de la televisión pintaba de azul su cara profunda y seria. Mientras la melancolía lesionaba su mirada y la desesperación amagaba su sonrisa. Recostado en el sillón, confundía su silueta entre periódicos y encabezados de la Selección y la tropa heroica del Guadalajara. La magnitud de los acontecimientos le empujaba a jugar en un equipo con el uniforme de color olvido y un escudo de dolor.
Para él, la semana no terminaba aquí, apenas empezaba y sería una verdadera eliminatoria. Gambeteó la idea cien veces, el miedo le achicaba la zona y el pánico le hacía pressing al futuro. No pudo dormir nada, la cabeza rebotaba contra los postes de la cabecera y solo el ritmo de las primeras lluvias le ayudaron a regresar la mente al junio de su debut. Se durmió conciliando el sueño perdido en el campo del estadio; hacía once años que empeñó su vida al mismo club.
A la mañana siguiente desayunó solo un café; negro como su lunes y amargo como su pesar. Salió con el estómago hecho nudo, los nervios apretaban bien la marca. La sensación era parecida a la del penalti. Aquel que anotó en liguilla cuando el equipo parecía perdido y su cañón los recató. Sintió nuevamente los abrazos del directivo al que salvo el pellejo en solo once pasos.
Tomó carretera rumbo a Pachuca. Pagó el peaje de la caseta con la morralla que llevaba anidada en la miseria de su pantalón. Estacionó el modelo ´98 a unas cuadras de la sede del “draft” y al bajarse del coche, esperó que alguien le reconociera. No tuvo suerte. Ni siquiera recordaba el último autógrafo que firmó. Una vez más, tuvo que reprimir al ego, que llevaba varias temporadas en huelga de hambre. De entre tanta gente, apenas descubrió su figura el bolero del hotel, para preguntarle en qué equipo jugaba. Ocultando la respuesta tras unas gafas oscuras pasadas de moda.
Subió al elevador que le llevaría a su destino, pensando si debía oprimir el botón del sótano, el del “penthosuse”, pero se decidió por el de alarma. Caminó por el hotel haciendo “loby”, fingiendo entusiasmo y arrugando el mentón para engañar su preocupación con una sonrisa vana. Entró al salón de “transferencias” donde se negocia con las “vidas” de los futbolistas. Escondiendo su rodilla destrozada, disimuló el andar de su lesión, haciendo un esfuerzo para no arrastrar la pierna que lastimaría la redacción de un posible contrato.
Pasó la tarde entera encontrando un rincón para sus ganas…
Buscando algún álbum con su estampa…
Pidiendo una oportunidad para su vida…
Obligando a sus ojos y rodilla, a fingir entereza y fortaleza…
Jugar ya sería un lujo. Sobrevivir era lo que necesitaba. El régimen de transferencias cerraba su primer día de operaciones, la esperanza y la ilusión dependían de un piadoso ex compañero convertido en promotor, directivo, auxiliar o entrenador.
Ahora solo le quedaba tiempo y vida para regresar al departamento de 80 metros y esperar el juego de México vs Alemania y de Chivas vs Paranaense para volver a habitar sus recuerdos y vivir su mundo en el que solo existe cuando juega al fútbol.
Aún no sabemos cómo termina la historia de este hombre que se disfrazó de futbolista tan solo por unos años. En el deporte, hay tantos jugadores como vidas y tantas vidas como hombres. Todo depende desde que tribuna miremos el partido.
Pasó todo el día encerrado en casa. Apenas asomó por la ventana cuando llamaron su atención los gritos de una pandilla que goleaba tres por cero sobre la pared descarapelada de su edificio.
El departamento de 80 metros cuadrados, encerraba su angustia y marchitaba sus recuerdos, que a los 29 años; eran muchos para un joven que se estaba volviendo veterano frente al espejo del fútbol. Recorrió la zona de la habitación cien veces, subió por la banda del pasillo otras más y entro de frente al cuarto de su afición. Donde analizaba el partido de la vida.
Miró el México – Argentina en silencio, no sabía si disfrutarlo o sufrirlo.
Había sido parte de todo esto, pero al mismo tiempo el sentimiento marcaba su distancia con una barrera que parecía infranqueable.
La soledad de su domingo era acompañada de vez en cuando por el grito de algún vecino que daba indicaciones a Oswaldo, Morales y Pardo. La cocina era una isla desierta y la despensa solo almacenaba aire, así que mató el hambre devorando balones toda la tarde. En versiones de cable, prensa e internet, se empachó de resultados. Rumores, noticias, ligas, figuras, torneos y campeonatos. Solo así recuperaba la respiración y lograba sentirse ciudadano del mundo del fútbol.
La luz de la televisión pintaba de azul su cara profunda y seria. Mientras la melancolía lesionaba su mirada y la desesperación amagaba su sonrisa. Recostado en el sillón, confundía su silueta entre periódicos y encabezados de la Selección y la tropa heroica del Guadalajara. La magnitud de los acontecimientos le empujaba a jugar en un equipo con el uniforme de color olvido y un escudo de dolor.
Para él, la semana no terminaba aquí, apenas empezaba y sería una verdadera eliminatoria. Gambeteó la idea cien veces, el miedo le achicaba la zona y el pánico le hacía pressing al futuro. No pudo dormir nada, la cabeza rebotaba contra los postes de la cabecera y solo el ritmo de las primeras lluvias le ayudaron a regresar la mente al junio de su debut. Se durmió conciliando el sueño perdido en el campo del estadio; hacía once años que empeñó su vida al mismo club.
A la mañana siguiente desayunó solo un café; negro como su lunes y amargo como su pesar. Salió con el estómago hecho nudo, los nervios apretaban bien la marca. La sensación era parecida a la del penalti. Aquel que anotó en liguilla cuando el equipo parecía perdido y su cañón los recató. Sintió nuevamente los abrazos del directivo al que salvo el pellejo en solo once pasos.
Tomó carretera rumbo a Pachuca. Pagó el peaje de la caseta con la morralla que llevaba anidada en la miseria de su pantalón. Estacionó el modelo ´98 a unas cuadras de la sede del “draft” y al bajarse del coche, esperó que alguien le reconociera. No tuvo suerte. Ni siquiera recordaba el último autógrafo que firmó. Una vez más, tuvo que reprimir al ego, que llevaba varias temporadas en huelga de hambre. De entre tanta gente, apenas descubrió su figura el bolero del hotel, para preguntarle en qué equipo jugaba. Ocultando la respuesta tras unas gafas oscuras pasadas de moda.
Subió al elevador que le llevaría a su destino, pensando si debía oprimir el botón del sótano, el del “penthosuse”, pero se decidió por el de alarma. Caminó por el hotel haciendo “loby”, fingiendo entusiasmo y arrugando el mentón para engañar su preocupación con una sonrisa vana. Entró al salón de “transferencias” donde se negocia con las “vidas” de los futbolistas. Escondiendo su rodilla destrozada, disimuló el andar de su lesión, haciendo un esfuerzo para no arrastrar la pierna que lastimaría la redacción de un posible contrato.
Pasó la tarde entera encontrando un rincón para sus ganas…
Buscando algún álbum con su estampa…
Pidiendo una oportunidad para su vida…
Obligando a sus ojos y rodilla, a fingir entereza y fortaleza…
Jugar ya sería un lujo. Sobrevivir era lo que necesitaba. El régimen de transferencias cerraba su primer día de operaciones, la esperanza y la ilusión dependían de un piadoso ex compañero convertido en promotor, directivo, auxiliar o entrenador.
Ahora solo le quedaba tiempo y vida para regresar al departamento de 80 metros y esperar el juego de México vs Alemania y de Chivas vs Paranaense para volver a habitar sus recuerdos y vivir su mundo en el que solo existe cuando juega al fútbol.
Aún no sabemos cómo termina la historia de este hombre que se disfrazó de futbolista tan solo por unos años. En el deporte, hay tantos jugadores como vidas y tantas vidas como hombres. Todo depende desde que tribuna miremos el partido.