jueves, 2 de agosto de 2007

Ni tan blanco ni tan negro.

Cumple con todos los requisitos que las ciencias de la polémica y el debate exigen . Sus actitudes son un manjar para la sociología y un platillo gourmet para la psicología. Algunos le llaman el ocho columnas, porque tiene la extraña capacidad de ser noticia para la plana deportiva o la de espectáculos al mismo tiempo. Sin que lo segundo represente mayor virtud para su carrera. Es la excepción que confirma la regla que dice que para ser futbolista hay que parecerlo. Su figura no es el ideal de la anatomía, pero en su diferencia radica su éxito.


Mantiene coherencia con su origen y es un hombre fiel a sus tradiciones, las que conoce y por las que muchas veces se le ha juzgado injustamente tan solo por culpa de aquellas que desconoce. Es el cliente mas típico del manual de Carreño y el terror numero uno de las buenas costumbres, según aquellos que presumen cumplirlas a cabalidad. Se ha vuelto el mejor ejemplo de lo que generalmente esta peor visto, culpable de si mismo y de los demás. Susceptible al error como cualquiera de nosotros, pero expuesto potencialmente al escándalo de acuerdo a su posición más pública que la de cualquiera. A pesar de ello, hay una cuota de nobleza escondida severamente detrás de su miocardio y tras su aparente inconciencia social, existe una buena persona, tan solo abatida por un entorno del que ha sido cruel carnada en las aguas de la ignorancia. Disfraza su facha de una altanería confundida por prepotencia, canjeando su humildad por el maquillaje de la fama que creo aún sin echarse a dormir; siendo más famoso para los demás, que incluso para él mismo.

El balón le ofrece la seguridad necesaria para cubrir las carencias propias de su individualidad, que al igual que muchos de nosotros posee a granel. La pelota no le reclama nada, no le juzga nunca. Ella le acepta y lo quiere tal como es. A su lado, él se mantiene tranquilo, consciente y responsable de sus actos. Sin ella, no se siente a gusto en el juego de la vida, donde a veces pierde el partido por goleada. Bajo la redondez de su manto, es Cuauhtémoc Blanco, pero sin su protección es tan vulnerable como la inmensidad de su inocencia, de la que muchos se han aprovechado, padeciendo el síndrome del boxeador, peleando solo y a favor de todos. Es un ídolo sin la homologación del título.

Como futbolista, juega siempre al límite de área y a orillas del reglamento, al que mantiene a raya con la amenaza fruncida en el ceño. Es el último mohicano de la gambeta y el galán de la finta. El héroe del último minuto y el personaje más comprometido con el espectáculo. Entiende el fútbol como descaro y engaño, virtudes en la cancha, pero despropósitos por fuera del estadio. Su fuerza emana de la calle, donde se hizo jugador dentro del marco de ley para una selva. Sobreviviente del barrio y crack del vecindario, donde a pesar de todo se forjó una carrera. Conoce la discriminación del esfuerzo cuando se conjuga con el hambre y se ganó un lugar en el fútbol profesional por selección natural.


Es el mejor jugador mexicano de los últimos años. Delantero implacable y definidor infalible. Eterno generador de oportunidades para él y para los demás. Aunque casi siempre olvida que la dignidad del rival, no puede ser materia de burla sin el balón de por medio. Evolucionó del extremo al centro del campo sin menosprecio de sus condiciones técnicas, que a simple vista parecían extrañas, pero con el tiempo se volvieron magistrales. En el estricto sentido del juego, es un placer jugar a su lado y sufrirlo del otro.


Su rentabilidad mantiene saldos favorables en su equipo y en la comisión disciplinaria, donde suele ser cliente distinguido y su crédito es ilimitado. Verlo arrancar desde medio campo es sinónimo de curiosidad, nadie sabe en donde puede terminar la pelota a la que va convirtiendo en cómplice de sus alegatos mientras sigue avanzando metros. Tiene el ritmo del danzón y el compás de una buena cumbia. Es sabroso con los pies y la raspa para bailar y tocar. Complicado de detener en espacios cortos y sustancialmente incómodo en terreno largo, desde donde se desdobla para encajar su colmillo incluso a sus compañeros. Es tan difícil marcarlo en un partido regular, como en un inter escuadras, donde ríe y disfruta más al no haber cámaras de por medio.
Mucho y poco se ha dicho de Cuauhtémoc Blanco, incluso aquí. El protagonista eterno de una inconclusa discusión moral. Su figura, libra la última batalla del escándalo. Como carne de cañón para maltratar los intereses de uno y otro bando, en donde nadie quiere hacerse responsable de su convocatoria o de su exclusión terminal de la Selección Nacional. Porque aún, nadie sabe a quien están dejando fuera.


O en su defecto, a quien estarían llamando, si a la persona o al jugador. En cualquiera de los dos casos, debe existir algo de perdón y algo de arrepentimiento.
Sin radicalizar el debate, solemos llevar el tema de Cuauhtémoc a los extremos, donde las cosas se ven o muy blancas o muy negras.

No nos detengamos más líneas en las causas y las consecuencias y aceptemos que Cuauhtémoc Blanco vive y juega con “Denominación de Origen” y salvo error de apreciación, esa es su mayor virtud.

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