jueves, 2 de agosto de 2007

Tratados de pasión.

Se levantó temprano; la cama le había expulsado pronto. Era domingo, hoy el sueño estaba en otro lado. La mañana se le iba entre las manos. Era uno de esos días en los que no hace falta mirar el reloj. El antiguo “Gigante” de avenida Victoria marcaba el tiempo con la voz cada vez mas ronca y cada vez mas fuerte, síntoma que hacía mas cercana la hora señalada. Cuando el sol entró por la ventana del balcón y acarició la mecedora del abuelo; se iluminó una pared con las fotos de familia en la esquina del salón. Entonces se dió cuenta que había que salir de casa y empezó su ancestral rito dominical.

Amarró el zapato izquierdo y desató el derecho. La ceremonia había traído buena suerte durante el último campeonato. Descolgó la histórica bandera de la puerta de su habitación y la enrolló en su corazón. Se cambió la camisa por la roída y deslavada casaca que cargaba el número 7 sobre los hombros. Abrió el cajón donde guardaba las estampas y los recortes de periódico para encontrar el rosario que metió en la bolsa del pantalón de mezclilla. Se miró a los ojos en el espejo apoderándose del personaje en el que se convertía los fines de semana. Aclaró su garganta para que no le fallara a la hora de gritar.

Se despidió del abuelo con un beso en la frente. Mientras el viejo en complicidad hereditaria, le santiguaba sobre el pecho el escudo que se le descosía por entusiasmo.
Salió de casa. Al bajar, con silencioso deportivismo dió las buenas tardes al vecino con el que jugaba de pequeño en el patio al final de la escalera. Hoy no cruzarían mayor palabra, quizá mañana en la parada del camión, dependiendo el desenlace de la tarde.

Caminó por la calle “Conquistador” hasta llegar a “Paseo de los héroes” deteniéndose en el ‘50 donde compró una barra de pan para matar las ansias que le comían el hambre.
Subió por “Independencia” mientras repasaba los apellidos de los hombres que sudarían por su afición aquella tarde. Paró en la esquina de “Libertad” para esperar al cofrade con el que siempre quedaba.

Mientras venía; volvió a revisar con devoción periódico del sábado, que señalaba al nuevo y provisional líder en portada. Cuándo terminaba de leer el editorial, llegó el correligionario al que esperaba. La cábala instituida el domingo anterior, les obligaba a guardar silencio hasta llegar a la “Avenida Victoria”. En donde la voz se rompía para rezar En comunión ante la parroquia de San Benito, patrón de los porteros:

Señor dale fuerza y valor al guardameta;
para que esta tarde detenga a la saeta.
Señor dale fortuna y coraje a nuestro portero;
para que esta tarde no tenga ningún agujero.

El andar solitario y reflexivo se encaminó a ritmo de tambor, volviéndose procesión al final de la avenida, donde el “Gigante” se levantaba histórico. Escurriendo pasión por sus paredes y alimentándose de almas por sus túneles. A solo cien metros de la enorme puerta del Santuario de sus ilusiones, concurrían miles de feligreses devotos de la misma Fe.
Abrazados a una insignia y arropados por el calor de unos colores.

Colegas de sufrimiento, compañeros de alegrías, amigos de una leyenda, mártires de la misma derrota, victimas del mismo juez, socios de una virtud, compadres de su vicisitud.
Durante noventa minutos, mas de 60,000 personas compartirían un pedazo de sus vidas y durante la vida entera, una misma identidad. Eran Aficionados del mismo Club.
A las cinco en punto de la tarde los equipos salieron al campo. Primero lo hizo el visitante; con el respeto a punto de convertirse en miedo. Minutos después, el “Gigante” rugió cuando salieron de sus entrañas los once hombres vestidos de local.

El “Gigante” cantó, bailó y sudó durante casi 3 horas. Mientras sus hijos se aferraban al concreto de su origen. Los locales ganaron el partido y terminaron el domingo como líderes. Las almas regresaron a sus cuerpos y los espíritus heroicos se fueron a las regaderas. Los Aficionados volverían a compartir por una semana más la misma comunidad, mientras esperaban el próximo domingo. El juego se apagó y la pasión se consumió mientras la antigua voz del sonido local hacía el anuncio:

“Se encuentran a la venta los boletos para el partido de La Selección Nacional del próximo miércoles... puede adquirirlos en las taquillas del estadio”

El aviso no parecía causar sensación alguna. Apenas un par de turistas se acercaron a la rejilla para comprar dos plateas. El fútbol se había empachado de pasión aquella tarde. Parecía no quedar ni un kilo de ilusión, ni un litro de emoción, ni un metro de nostalgia para regalarle a la Selección Nacional el próximo miércoles. Quedándose así, huérfana de afición.

La conclusión puede ser triste:
¿El fútbol de Clubes está consumiendo al fútbol de Selecciones Nacionales?
No se sienta mal amigo aficionado. El fenómeno está azotando a la FIFA y las federaciones del mundo entero. Los Clubes están cada vez mas cerca de su casa, su entorno y su comunidad que Las Selecciones Nacionales. Es una cuestión que la “Sociedad Global” tendrá que discutir en un nuevo “Tratado de Pasión”.

En España siempre es más noticia la lesión del quinto metatarsiano de un interior derecho del Madrid o el Barcelona, que el resultado de la Furia Roja enfrentando a Lituania..
En Italia suelen llorar más al Milán y a la Juve que a los Azurri.
En Uruguay; se desgarraron hace años y en Argentina colapsa más la tragedia de Boca en el Jalisco, que la anécdota de la Albiceleste en Quito. Podríamos seguir con los ejemplos, pero resultaría tan ocioso como buscar camisas de la Selección en las calles o banderas de México colgando en las antenas de los coches. Ante la orfandad de pasión que sufre La Selección Nacional, la reflexión se vuelve obligatoria. El Bicampeonato de Pumas, La campaña regular de Cruz Azul, El Campeonato de América y las historias de Chivas en la Copa Libertadores; han sido reguladores de voltaje en el ultimo electrocardiograma del fútbol mexicano. Parece que nos identificamos más con el equipo que nos pertenece, que al que creemos pertenecer todos. La pasión es un activo individual y la emoción un pasivo colectivo. ¿Quién convoca más?... Los Clubes o la Selección.

Aquella noche el aficionado volvió a su casa. La luna iluminaba entonces de azul al abuelo en su mecedora. El viejo no preguntaba el resultado de su Club, porque se lo había cantado la gente desde el estadio. Había vivido en el mismo barrio desde hace 70 años. Era Vecino del “Gigante” de la Avenida “Victoria”; que formaba parte de su vida, de su comunidad, de su herencia y de su entorno. Y el que durante toda una vida, le había dado identidad.

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