jueves, 2 de agosto de 2007

Independencia y Revolución.


Lo mejor que podía pasar era que terminara. Qué diferente hubiera sido si lo que se estaba jugando fueran nueve entradas. Ni siquiera la consonancia histórica calentaba el juego. Las notas de la Bayamesa entonaban barítonos de tensión en su canto. La ceremonia de los himnos fue un cruce de miradas y horizontes. Más allá del medio campo había otro mundo y la teoría de una vida; no tan buena como nueva.

El Qwest Field era tribuna para unos y frontera para otros. El partido sería juego y destino. Afortunadamente en primera ronda nunca hay tiempos extras y el futuro solo dura’90 minutos. Al ’47 el hondureño pitó el final del primer tiempo; más por salubridad que por reglamento. Los equipos salieron de la cancha empatados en colores. Estados Unidos y Cuba se encerraron en sus vestidores. Mientras Bruce Arena intentaba solventar el sorpresivo uno a uno; antes de convertirse en nota política. A unos metros de la puerta, el vestuario cubano confundía la cura de linimento con la liberación, mientras el fútbol se escurría por un rincón. En el anárquico reducto rebotaban los gritos de Armelio García, el entrenador. Que cerraba la puerta al portero y un delantero, antes que abandonaran la isla por los túneles del estadio.

La charla técnica del medio tiempo, se convirtió en retórica independentista contra rezo revolucionario. El utilero fungió de espía, el técnico de cónsul y el central de negociador. La pizarra de instrucciones se transformó en cartel político cuando alguien borró la jugada de táctica fija en tiro de esquina, para apuntar con tiza las leyendas “Patria o muerte” y “Hasta la victoria siempre”.


Operación escape fue descubierta cuando alguien advirtió la existencia del disfraz que escondería al habano. Una chamarra de mezclilla, una gorra de los Yankees, unos Nike Air y unos Ray Ban envueltos en el New York Times, dentro de la mochila roja de un goleador cubano. Que empezó su carrera de futbolista como segunda base, pero encontró en el “soccer” la oportunidad inmejorable para llegar a las Grandes Ligas. La guerrilla duró 15 minutos. Suficientes para convencer a Maykel Galindo de regresar al campo y a Odelin Molina de volver al marco con el gafete de capitán. Bajo el que guardaba la tarjeta 01800FREEDOM de Ali Fahal Suleim abogado y charlatán.


Así es la Copa Oro… tan surrealista como la historia de dos futbolistas cubanos que desertaron al medio tiempo de un partido de fútbol. En el que perdieron cuatro por uno frente a los Estados Unidos, cuando un lateral derecho llegó barrido al área chica y le cantaron “safe” en lugar de “foul”. Por tal motivo al término de la primera fase, resulta más sencillo hacer una reflexión psicológica que un análisis futbolístico del torneo.

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