jueves, 2 de agosto de 2007

Una propuesta indecorosa.


Algún día tenía que pasar, era lógico. Pero no deja de ser triste, por lo menos para algunos, los que aún creemos que el futuro del fútbol está en su pasado. Cuánta razón tenían los abuelos que nunca confiaban en los técnicos; ni cuando perdían o ganaban.

Pero así es la vida y por lo tanto el fútbol, que lo descubre todo. O peor, lo deja todo al descubierto. En la era de la comunicación lo primero que se pierde son los secretos y en sucesivo, los misterios. Nada se esconde y es muy poco lo que queda por contar en un campo de juego, aunque cada partido sea una historia diferente.

En la reacia defensa del reglamento, la FIFA confundió la regla con el mandato y desencadenó las modificaciones en serie que el mundo entero diseñó. En menor compromiso con el espectáculo y mayor con su inversión, las firmas deportivas, los sponsors y la industria mediática en general, han motivado que los cambios en el fútbol sean de afuera para adentro. Las máquinas llegaron al deporte seducidas por el mercado y el resultado.

La tendencia es aplicarle tecnología a todo, pero como en todos los géneros, su abuso también degenera. Primero se apoderó del balón y el fútbol se portó ingrato con la vaca cuando el noble animal siempre dio vida por la pelota que se alejó del cuero hace tiempo. Si existe alguien que haya dejado la piel en el terreno de juego; esas son las vacas. Cuya entrega nos sirvió durante años para envolver la redondez de nuestra alegría. La mezcla de vinil y polipropileno, hicieron que el balón fuera más rápido, menos pesado y repelente al agua y también a algunos porteros. La velocidad del balón empezó a ser factor y hoy su ligereza nos permite ver más balones en la tribuna que en las redes y más reses en el campo que en las canchas.

Lo mismo pasó con los botines, cuando alguien pensó que la manera de alcanzar una compatibilidad óptima con los nuevos saltos del balón, era fabricar zapatos con piel de canguro para favorecer el resorte del jugador. Para un mercado que lo consume todo, la locura fue coherente. Un solo brinco de Beckham y se vendieron millones de tacos.

Hasta el momento solamente la dignidad de la vaca, el toro y el canguro, habían sido adulterados por el corrosivo avance tecnológico. Pero llegó Wanderlei Luxemburgo al Real Madrid y acabó con todo. Sucedió hace un par de días, en la capital aristócrata del fútbol. Donde la realeza se confunde con la realidad y el fútbol alcanza niveles irreales.


La anécdota me la contó un buen amigo, abonado al Bernabeu por internet y cuya voz y voto tienen mas valor en la web del madridismo, que en la asamblea de socios. El Real abría la temporada en casa. El partido se prestaba para cualquier cosa, sobre todo para la goleada macabra que al final fue bendita. Cinco a cero a favor del Madrid, contra una selección de la Major League Soccer que a golpe de chequera compró su lugar en el campo. Faltaban treinta minutos para el arranque, cuando Luxemburgo; científico brasileño, se acerco al mejor jugador español de todos los tiempos para sugerirle lo inaudito.


Raúl fue encerrado en el casillero con el técnico, dos médicos y un ingeniero en sistemas antes de salir al campo. La propuesta indecorosa llegó al fútbol y en la oreja del madrileño fue colocado un diminuto aparato receptor de audio. Por el que Wanderlei Luxemburgo se comunicaría con Raúl durante el juego.

Y así fue… Raúl saltó al campo con la mosca detrás de la oreja. Mientras desde la banca, el técnico le daba indicaciones para jugar al fútbol, que es lo que mejor hace desde niño. La escalofriante anécdota, estremece cualquier recuerdo de antigüedad que el fútbol pudiera conservar en sus pergaminos sagrados. El espeluznante experimento, aprueba al 100% la teoría que dictamina el excesivo protagonismo de los técnicos en el desarrollo del juego. Mientras la robótica se acerca cada vez más a las alineaciones y a los vestuarios. Ultimo rincón de un estadio en donde se esconde el fútbol en estado puro.

Si un jugador de la calidad de Raúl, es obligado o aconsejado por un loco de la ciencia aplicada al fútbol para gambetear, moverse, tocar o tirar; ¿que nos queda de la magia y la ilusión que hace tan grande este deporte? Aquella noche el crack, fue un jugador de Nintendo y un esclavo mudo del futuro. El caso es susceptible de cualquier analogía, con el football americano, la fórmula uno y el ciclismo. Donde los mariscales de campo, los pedalistas y los pilotos, se mantienen en permanente contacto con sus escuderías, los palcos y los mecánicos. Al final de cuentas los que sudan son ellos y los que marcan los goles también.

En exclusiva, podemos adelantar, que la FIFA, a quien generalmente se le pide perdón antes que permiso, estudia el caso a fondo y no lo ve con malos ojos. Cuando un alto directivo del Real Madrid, intervino hábilmente en el proceso de juicio para Luxemburgo y Raúl, alegando que el recurso tecnológico podría resultar muy rentable para mejorar los arbitrajes. Su retórica y testimonio la transcribimos textual:


“El arbitro se coloca el aparatito en la oreja; mientras desde el master de televisión colocado en cada estadio, un cuerpo arbitral alterno, le va sugiriendo lo que tiene que marcar en relación a la perspectiva de 16 cámaras de TV. De esta forma el árbitro central pierde una oreja, pero gana 16 ojos con vista aérea y periférica.” ¿Cómo le quedo el ojo amigo lector?

Y mientras los años avancen, el fútbol y los jugadores irán cobrando factura a la historia que los contempla desde el pasado. Donde los botines y los balones de cuero no estorbaron a Pelé, Distéfano, Puskas y Garrincha que hacían maravillas. Ni tampoco incomodaban las nobles vacas para que el fútbol se volviera tan grande. El relato termina con la quinta anotación del Real Madrid a la Selección de la Major League Soccer. Raúl se desmarcó y recibió un balón fuera del área. Con toda su clase tocó la pelota por encima del portero, marcando un golazo. Al terminar la jugada Raúl se acercó a la banda con el técnico Wanderlei Luxemburgo para entregarle en la mano el pequeño “chip” que habían colocado en su oreja y alcanzó a decirle: “Tenga mister su aparatito; se le acabo la pila hace 15 minutos.”

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