jueves, 2 de agosto de 2007

La receta secreta.


Los “partidazos” no se hacen al vapor; se cocinan poco a poco a fuego lento y tienen su receta secreta. El fin de semana nos devoramos un platillo único en vajilla de porcelana. Desde hace años, estos dos equipos se reservan el derecho de admisión a sus manjares. Inglaterra vs Argentina, es el clásico más exquisito del fútbol de selecciones nacionales.


La historia comenzó con Rattin y la Reina en el ‘66. Siguió con la invasión de las Malvinas en los ochentas. Continuó con la mano de Dios y el gol del siglo en el ’86. En el ’98 vino la expulsión de Beckham y en el 2002 el penalti de David. El último capítulo de la historia entre británicos y argentinos se jugó hace tres días en Ginebra. Un partido disfrazado de campeonato. De amistoso no tuvo nada. El juego fue tan poco diplomático como una semifinal y tan bueno como la revancha de un mundial.


Gracias a partidos como este, es que vale la pena pagar la mensualidad del cable. Pero a veces, son muy pocos en un año y apenas recordamos cuál fue el último. Consumimos tantos a la semana, que les hemos perdido el gusto. Ver un partido de fútbol es común, ver un gran partido de fútbol es curioso. Pero ver un “partidazo” es casualidad. Ojala pudiéramos tener siempre a la mano la receta del “partidazo”.
Sería algo como esto:

1.- Ponga dos kilos de héroe.
Alguien capaz de ser recordado por el rival, la afición propia o extraña y la prensa durante muchos años. Sus apellidos se vuelven noticia en cuestión de horas y provocan la portada soñada de los editores en los diarios.

2.- Agregue un error.
Ese momento a favor o en contra que cambió el curso del partido; por lo tanto de la historia. No está sujeto a nada ni nadie. Es posible que suceda en el área, la banca o durante la aplicación del reglamento. Jugadores, entrenadores y árbitros son capaces de interpretarlo, formando parte de la obra con el papel de antagonistas.

3.- Revuelva tres volteretas.
Periodos de tiempo en los que todo parece perdido o ganado. El éxito y el fracaso se conjugan con la victoria y la derrota en apenas un par de minutos. Tan solo el empate parcial, regala tranquilidad durante un breve remanso del marcador. Pero cuando la bocanada de gloria vuelve a penetrar con intensidad en cualquiera de las dos porterías, entonces quisiéramos que aquel partido de fútbol, jamás termine.

4.- Licue un ganador.
Sin ellos, no tendría caso tanto drama ni sacrificio. Tampoco habría sentido de competencia, ni valor para el honorable caído. Ganar es tan importante como perder. El problema o la virtud del verbo, está en su protagonista y en su frecuencia.


5.- Desmenuce un perdedor.
Sin ellos, ganar sería un ejercicio estéril y el vino de la copa se volvería vinagre. Perder, es el primer paso para ganar. Es el despertar de la vocación y la necesidad de crecimiento. Los perdedores históricos ayudaron a construir ganadores consuetudinarios y a acuñar la frase de honor a quien honor merece.

6.- Corte un par de golazos.
Jugadas propias del mito, anotaciones inoportunas en lugares imposibles y momentos sorprendentes. Regates espirituales y remates del alma. Marcaciones increibles por el minuto y el rincón del campo donde sucedieron.

7.- Espolvoree muchos balones a los postes.
Son como suspiros, ilusiones rotas y gritos desesperados. Un gol abortado y un destino taciturno. Son mitad victoria y mitad derrota. Amigos del portero y enemigos del delantero. Barítonos del ayyy¡¡¡ y tenores del oohh¡¡¡ Maderos enraizados en la tierra donde crecen los goles.

8.- Hierva en un estadio lleno.
Sinónimo de trascendencia y síntoma de espectáculo. La tribuna abarrotada da investidura de juegazo al juego y sentido al partido. Escenario motivador para una gran actuación y origen perfecto de felicidad colectiva o sufrimiento masivo; en ambos casos, sentimiento igual de apasionante.

9.- Mezcle un poco de sangre, sudor y lágrimas.
La primera da color a la bravura y nobleza, entintando la camiseta del jugador entregado. El segundo, es requisito obligatorio y condición histórica del abolengo profesional. Y las terceras nunca faltan, enjugarlas es imprescindible para bien o para mal.

10.- Al final ponga una pizca de revancha.
Suele alargar los partidos, por eso los clásicos son tan buenos. Noventa minutos es lo que dura un capítulo dentro de una trama escrita en años. Ganarle, incrementa el riesgo de perder el próximo juego contra el mismo rival. Es invertir en pasión. Un partidazo en terreno local, siempre tiene usufructo como visitante. No vale ganarle siempre al mismo, hay que perder de vez en cuando para que tenga más sentido el siguiente enfrentamiento.

Su “partidazo” está listo, sáquelo del horno en el último minuto.
Sírvalo en un torneo, un mundial, una copa o una liguilla.
Buen provecho.

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