jueves, 2 de agosto de 2007

Feos, fuertes y formales.


Primer día de junio del año 2005; la fecha amenaza nuestro termostato y marca el calendario de los grandes juegos. Época del año reservada por la FIFA para alterar nuestras emociones y recorrer el mundo detrás de un balón.

¿Quién no tiene un inolvidable junio, un maravilloso julio y un nostálgico agosto archivados en el corazón de su memoria?. El “Gran Verano” debe tener mucha lluvia, mucho sol y mucho fútbol. Finales de campeonato, juegos de selecciones nacionales, torneos internacionales y cascaritas estivales; que al final del día son las que disfrutamos más. Por las noches nos volvemos futbolistas de almohada y soñamos con ser protagonistas de un gran partido. Ese que jugamos desde niños y que aún no ha terminado.


El antecedente obliga a pensar que a ningún futbolista sobre la tierra se le ocurriría perderse una oportunidad más, para jugar al fútbol con la camiseta de su Selección Nacional. Ejerciendo una profesión en donde la lesión mas grave sucede cuando se desgarra el alma. Cada vez son mas los jugadores que renuncian a sus selecciones durante estas fechas. “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido” y es común que en el olvido de su retiro, lo que mas anhela el ex futbolista es volver a ser futbolista para jugar bajo la lluvia del verano aunque sean solo cinco minutos.

El fútbol se vuelve viejo pronto. Los grandes partidos y las grandes hazañas necesitan solo unos días para vivir por años en el archivo moral de nuestra memoria. Buscando en la historia del fútbol encontramos una gran leyenda. Sucedió hace ya nueve días; una eternidad para la “Antigua Constantinopla”.

Esto fue lo que pasó...
El fútbol se ha quitado el maquillaje. Escurrió el excéntrico cosmético lavando su cara con sudor, lágrimas y lluvia. Esta vez no hubo sponsor capaz de pagar la cifra, que el corazón de este deporte subastó aquella noche del 25 de mayo. No hay marca que se atreva, ni publicista que lo imagine. De nada sirvió el jugador de Pepsicola que ejerce su pasión para una especie de héroe en formato de 35 milímetros. Ni la mágica gambeta dibujada con euforia en un story-board para la Nike. ¿En qué momento alineamos a nuestros jugadores con Tom Cruise o Brad Pitt...? Quizá cuando olvidamos que el músculo más importante de un futbolista sigue siendo el corazón. La cara sirve cuando es mas dura que bonita. Lucirla en las portadas no gana campeonatos, solo ayuda a venderlos.

Aquella noche descubrimos un puñado de buenos jugadores que el marketing condenó por feos, fuertes y formales. Obligándolos a desfilar solos por la pasarela del vestuario. Futbolistas que tienen invertida la fórmula del mercado: "son un modelo de futbolistas, en lugar de futbolistas modelo". Aquí el siete no vende, el cinco está chimuelo, el nueve es un enano, el tres esta bizco, el ocho está calvo y el once no se baña. Y sin embargo; El Liverpool de Inglaterra, es el último grito de la moda en el auténtico mundo del fútbol.

Hace tiempo que el Liverpool F.C. dejó de ser un grupo de aristócratas reposando sobre su abolengo. Nunca imaginamos que la Realeza Británica perdiera el protocolo en tan solo 120 minutos. El Jet Set se conmovió con once insensatos, que maltrataron la rancia historia del Milán. Víctima de una defensa malcriada por la farándula.

Los héroes de la Final Europea de Estambul, jugaron un partido que escurrirá dulcemente en las grietas de nuestra memoria durante años. El cuento turco ha servido para desmaquillar a los jugadores de excentricidades, indignas de Kubala, Distéfano, Charlton, Puskas y el resto de nuestros abuelos. El fútbol de los hombres bravos ganó terreno al de los guapos y famosos. Dudek, Hyypiä, Hamann, Smicer, Benitez, Alonso, García, Carragher, Finnan y Gerard no cotizan en los medios. Pero consumaron el "crack" en una bolsa de valores, donde el deporte juega un campeonato alterno a su origen.

La leyenda de Estambul nos deja un gran mensaje. Al fútbol se juega como se vive. Y en una época tan llena de problemas y agravios para nosotros los mortales; jugar al fútbol debe significar una gran vida. Ojalá que el futbolista volviera a ser aficionado por una noche y abrazara con fuerza ese típico sueño que la mayoría abandonamos en la almohada por las mañanas: “jugar al fútbol y meter un golazo con La Selección Nacional”

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